Por: Augusto Alvarez Rodrich
El ‘caso Toledo’ profundiza el deterioro de la política.
Alejandro Toledo se equivoca si cree que la frivolidad con que enfrenta la acusación de corrupción lo va a ayudar a salir del pozo en que se ha metido y que, de paso, ahonda la severa crisis de prestigio y credibilidad del sistema político peruano, algo que, en algún momento –más temprano que tarde–, le va a pasar la factura al país.
La sesión de anteayer de la comisión de Fiscalización del Congreso fue un mamarracho que enloda aún más a este poder del estado y, en general, a la política, pues la proyecta como un sistema (des) organizado para robar y encubrir a ladrones.
Cuando se esperaba que Toledo se presentara para responder por su ‘desbarajuste inmobiliario’, la sesión se alteró por una confusa situación en la que, al final, nadie sabía para qué había ido el ex presidente, si como invitado o como investigado.
Lo ocurrido puede ser interpretado como la consecuencia de una maniobra organizada por el ex presidente Toledo y sus asesores; o por la grave inexperiencia del presidente de la comisión de Fiscalización, Vicente Zeballos; o por la combinación de estos dos factores.
Al final, la suspensión de la reunión fue lo más sensato para no violar el debido proceso y darle la posibilidad al investigado de denunciar este hecho y volverlo a su favor, pero lo cierto, en cualquier caso, es que el país tiene la sensación de que se han burlado del deseo social de que se castigue la corrupción y de que no se promueva la impunidad.
El ex presidente puede creer que se salió con la suya, pues vino, vio y se marchó diciendo que no lo dejaron ni saludar, pero él debiera ser consciente –aunque con frecuencia no lo parece– de que su imagen personal se sigue deteriorando cuando, al calor de portátiles prefabricadas, repite frases recontra manyadas que no contrarrestan la sensación creciente de que el dinero con el que Ecoteva compró inmuebles es suyo y que su origen es sospechoso.
Con tantas versiones que se han ofrecido, la dirigencia de Perú Posible debiera decirle con claridad a su líder que la mentira tiene patas cortas, que es hora de decir la verdad.
Toledo es, de este modo, el primer perdedor con lo que está ocurriendo, pero no el principal, pues todo esto degrada aún más la política. Con Alberto Fujimori preso por corrupto, y con las investigaciones a Toledo y Alan García, la gente cree que pasar por la Presidencia de la República constituye una gran cuchipanda para llenarse los bolsillos.
Este escenario crea oportunidades para que la elección presidencial del año 2016 la defina alguien que marque distancia con la podredumbre que se ve en la política, pero el problema es que, con estas sorpresas, nunca se sabe a dónde nos puede llevar toda la turbulencia.
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JAIME ESPEJO ARCE