Escribe: Antonio Zapata Velasco
Alberto Fujimori continúa siendo una figura del escenario político actual. No es alguien que haya pasado, sino que aún tiene capacidad personal de operación política. Si sale indultado sin condiciones, seguramente será figura clave de la campaña presidencial del 2016. Por ello, aún es prematuro para ensayar un balance sereno de su trayectoria política. Las pasiones que despertó no han amenguado; por el contrario, en estos días, están alcanzando el paroxismo.
Pocos como Fujimori registran una carrera tan compleja, plena de altibajos y enormemente desigual. En contra, tiene uno de los récords de venalidad más elevados de la historia nacional, habiendo despilfarrado los dineros de la privatización en corromper a medio país. Asimismo, usó el asesinato y el abuso de los DDHH como estrategia gubernamental, no vacilando ante el golpe de Estado y la destrucción de la débil democracia nacional. Dirigió una maquinaria política temible: cleptocrática y autoritaria. En realidad, Vladimiro Montesinos fue su criatura, nunca hubiera llegado sin su concurso. Nada tan malo en los últimos cincuenta años.
Pero, al encontrar al país en una situación límite, tuvo sentido para ordenar la casa y terminó con la hiperinflación heredada del primer gobierno de García. Asimismo, durante su mandato, la policía capturó a Abimael Guzmán, terminando con la primera guerra senderista. También firmó la paz con el Ecuador, cerrando el principal problema histórico de límites de la república peruana. Su haber no compensa, pero reduce el peso del debe.
¿Cómo juzgar una combinación tan desigual? En primer lugar, dejando constancia que es la base para los sentimientos encontrados que genera su presencia política. Sus hinchas y quienes lo detestan se fijan solo en un lado de su trayectoria; lo aprecian de perfil, el que prefieren, desconociendo su segunda personalidad. Pero Fujimori, como el Jano de la mitología griega, es un ser de dos rostros.
El punto de partida es aceptar el paquete entero porque este tipo de individuos es frecuente en el Perú. Disponemos de bastantes casos de personalidades complejas, cuya trayectoria está llena de aciertos y maldades. Lo óptimo y lo pésimo frecuentemente viene junto en nuestro país.
Una vez que se asume el balance de Fujimori como conjunto, el siguiente paso consiste en valorar sus elementos. Lo peor que hizo fue destruir la confianza ciudadana en el Estado. Después de su mandato, la gente piensa que los políticos son abusivos y ladrones, que la actividad política en sí misma es obra de individuos intrínsecamente deshonestos. Al robar y matar por razones de Estado, Fujimori quebró el respeto esencial del ciudadano con el Estado. Luego, aflojó mucho el control social y se han soltado los jinetes del Apocalipsis: el narcotráfico y la delincuencia.
Mientras que, sus logros son estructurales, tienen menos que ver con la gente y más con los modelos de crecimiento. Sacó al Estado peruano de grandes problemas, pero sembrando una desconfianza atroz que hasta hoy lo corroe. Inició una etapa de crecimiento, pero promovió un prototipo egoísta, desconfiado y al borde de la ilegalidad. La economía crece, pero sin logros colectivos, reproduciendo la ventaja personal como rasero de las cosas. Desde Fujimori, nadie cree en nadie. Se perdió la noción de patria y servicio al Estado.
El indulto que se está cocinando será una mala noticia para las fuerzas democráticas. Fortalecerá la impunidad y abrirá las puertas a quienes como Fujimori actúan empleando al Estado como botín personal. Pero, peor sería que saliera sin condiciones. Al oponernos a su indulto, no descuidemos sus condiciones, si efectivamente se concreta. En ese caso, lo esencial es separarlo del juego político.
Al pedir indulto, la familia Fujimori está reconociendo que cometió delito. Si el presidente Humala perdona el cumplimiento de la sanción, que no olvide la pena. Fujimori debe quedar fuera de los asuntos de Estado, puesto que abusó del poder más que nadie.
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JAIME ESPEJO ARCE