lunes, 22 de octubre de 2012

Gallina que come huevo, aunque le quemen el pico


Rosa María Palacios Por: ROSA MARIA PALACIOS
En el año 2000 Fujimori se fue del Perú diciendo que viajaba a la cumbre de APEC.  Renunció a la Presidencia por fax desde Tokio. Durante cinco años, el Estado peruano intentó extraditarlo del Japón sin ningún éxito. ¿Por qué? Porque resultó que Alberto Kenya era japonés y a nadie había dado cuenta de su doble nacionalidad. Cómo con otras cosas, bien oculto lo tuvo. Me quedó claro en mi visita a Japón el 2004 que ese país no extradita a sus nacionales, no importa cuánto expediente traducido se envíe. Si Fujimori se hubiera quedado en el Japón, gozaría hoy de plena libertad en compañía de su hijo Hiro y su cuñado Victor Aritomi.
¿Por qué no se quedó? Porque volvió para hacer política. ¿Le contaron mal el cuento? ¿Calculó mal?  Lo cierto es que no había masas esperando su retorno a fines del 2005 para lanzarlo como candidato presidencial el 2006. Lo apresaron en Chile. Primero 6 meses en la gendarmería, luego con arresto domiciliario. Durante ese tiempo ideó todas las estrategias posibles para regresar al Japón y corregir su peor error político. Se casó por poder con una ciudadana japonesa y postuló al Senado japonés.  El matrimonio resultó una farsa más y la postulación un intento desesperado de salvarse de la extradición. Esta finalmente llegó y Fujimori fue traído al Perú para ser procesado y condenado.
Evitó el juicio oral en los casos de corrupción allanándose a los cargos. Luego su defensa insistió en su inocencia diciendo que aceptaba los hechos pero no las culpas. En los años siguientes sus partidarios han lanzado toda clase de campañas para seguir sosteniendo su inocencia sobre la base de desacreditar a las víctimas y familiares de los casos La Cantuta y Barrios Altos (“todos eran terroristas”), a los jueces, fiscales, procuradores y abogados de la parte civil que juzgaron a Fujimori, así como a los ministros de Justicia, a la CVR y a los presidentes Paniagua y Toledo. Hasta inventaron la palabra “caviar” como insulto. Ya desde la cárcel Fujimori participó activamente en la carrera presidencial de su hija a quien trataron de “desfujimorizar” en el último tramo de la campaña. Era la última esperanza para una pronta libertad. Pero Keiko perdió.
Así, todas las farsas fueron cayendo una a una. Ni viaje a APEC, ni ciudadanía peruana, ni matrimonio, ni senado japonés, ni presidencia de la hija que dijo que jamás indultaría a su padre pero que hoy lo pide. Tampoco inocente y, mucho menos, después de allanarse. Hasta las campañas de descrédito le han salido mal. Ser caviar hoy es un reconocimiento a todo aquel que no es un mafioso deshonesto.
Con esos antecedentes, ¿por qué Fujimori no firma su solicitud de indulto? ¿Por qué manda publicar fotos penosas de su lengua y de su cuerpo? ¿Por qué exige respuestas francas al Presidente sin siquiera reunirse una Junta Médica? ¿Por qué manda tímidos pedidos de perdón en un autorretrato luego de conocer los resultados de las encuestas que le son favorables en la medida en que implore compasión? Si todo esto no es un truco más de quien acostumbra a ellos, ¿qué cosa lo es?