jueves, 11 de octubre de 2012

La voz del silencio


Mo Yan, el recientemente electo Premio Nobel de Literatura, ha tenido que sortear los óbices de una vida marcada por las dictaduras y la represión. Anduvo por la vida callado, cetrino, sin pronunciar palabra hasta los 20 años. Hoy, sin embargo, nos habla de literatura y de un viraje excepcional hacia nuevos mundos a través de su prosa.
En 2008, el diario El País le realizó esta entrevista:
Los novelistas siempre tratan de alejarse de la política, pero la novela en sí gira en torno a la política. A los novelistas les preocupa tanto el destino del hombre que suelen perder de vista su propio destino. Y ahí radica su tragedia”.
Con esta cita del líder y dictador soviético Josef Stalin, abre Mo Yan, uno de los escritores actuales chinos más prominentes, su libro Las baladas del ajo (Kailas). No es una elección fruto del azar. Mo Yan navega con tranquilidad sobre las aguas torturadas de su propia vida cuando habla de cómo ha llegado a publicar diez novelas, ocho de las cuales han sido traducidas a otros idiomas a pesar del desconocimiento que aún reina en Occidente sobre la literatura china. Porque, quizá, para él, el destino del hombre es también el suyo, y qué mejor manera de contarlo que a través de su tierra, Gaomi, un pobre condado de la provincia costera de Shandong, que le vio nacer un día de febrero de 1955 y ha sido la principal fuente de inspiración de sus obras.
El resultado es un rico abanico de novelas, que mezclan la agitada historia de la China del último siglo con los ritos y tradiciones de las zonas rurales y el alma del pueblo chino, mediante un lenguaje realista, mágico, descriptivo, humanista y satírico, que se ha visto influido, según reconoce, por autores occidentales como Tolstói, Faulkner o Gabriel García Márquez.
Entre sus libros más conocidos, figuran, además de Las baladas del ajo (un retrato de la China rural, ambientado en los primeros años del proceso de reforma puesto en marcha por Deng Xiaoping a finales de 1978); Sorgo rojo (El Aleph, 2002), con cuya adaptación el director de cine Zhang Yimou ganó el Oso de Oro en Berlín en 1988; Grandes pechos amplias caderas (Kailas, 2007) -prohibido en China-, donde pasa revista a la historia china del siglo XX a través de la vida de una mujer, y La república del vino, en el que satiriza la corrupción gubernamental y la obsesión de su país por la comida y el alcohol. Las tres primeras han sido traducidas al español.
Sentado en un clásico sofá, en el llamado bar de los escritores del hotel Raffles de Pekín, rodeado de fotos en blanco y negro de los líderes de la revolución, Mo Yan rompe el silencio y comienza a contar su vida de forma pausada, como corresponde al alias que adoptó cuando empezó a escribir estando en el Ejército.
“Mo Yan no es mi verdadero nombre, yo me llamo Guan Moye. Elegí ese apodo, que significa No hables, en recuerdo a los años en los que no podía dirigir la palabra a nadie”, explica mientras hurga en su infancia. “Eran los tiempos turbulentos de la Revolución Cultural (19661976), en los que había conflictos entre la gente de mi pueblo todos los días. Mi padre era agricultor, pero mi familia tenía una posición desahogada, y tenía miedo de que dijera algo inconveniente y trajera la desgracia a los míos. Así que me dijo que no hablara y que aparentara ser mudo”.
El silencio y el aislamiento fueron el alimento diario de aquel niño, el menor de cuatro hermanos, que se vio obligado a dejar el colegio cuando estaba en primaria. “Mis recuerdos están repletos de soledad y hambre. La década de 1960 fue muy difícil en China. Pasaba todo el día en el campo cuidando de las vacas y las ovejas, mientras los chicos de mi edad estudiaban y jugaban en el colegio. Había veces que no veía a nadie en todo el día”.
Cuando tenía 18 años, el joven Mo entró a trabajar en una fábrica. La mitad del tiempo era obrero, y la otra mitad, campesino. Hasta que, en 1976, intentó entrar en el Ejército. “Era la mejor forma de tener una buena vida. Pero había un límite de edad, así que mi familia cambió mi fecha de nacimiento, y puso un año menos. Entonces, hacer esto era muy fácil, ya que no tenía partida de nacimiento. Por eso alguna gente piensa que nací en 1956″.
Tras la muerte de Mao, en septiembre de 1976, y la consolidación de Deng Xiaoping en el poder, en 1979, el Gobierno relajó los fuertes controles sobre la creación literaria, y comenzaron a surgir las primeras obras sobre las pesadillas de la Revolución Cultural. Fue la llamada “literatura de los heridos”. La escritura floreció en esos años, dando cabida a un amplio espectro de temas sociales, que incluían desde la corrupción oficial a cuestiones feministas.
Fue en esa época, en 1981, cuando Mo Yan publicó su primera novela, Lluvia en una noche de primavera. Después vino una docena de novelas cortas. “Pero no era fácil. Los oficiales en el cuartel me criticaban porque escribía en lugar de hacer mi trabajo. Así que en 1984 entré en la Escuela de Arte y Literatura del Ejército”. Desde ese momento, pudo vivir de la literatura.
Mo asegura que, como a otros escritores de la época, antes y durante la Revolución Cultural, el discurso oficial -”los buenos eran perfectos y los malos no tenían nada bueno”- afectó profundamente a su pensamiento. “Pero, en la vida real, no hay una línea que separe a unos de otros, y más tarde cambié mi forma de pensar. Fue una transformación drástica”.
El rábano transparente fue su primer libro de éxito, y el segundo, Sorgo rojo. Este último le permitió consolidar su posición como autor. En 1996, publicó Grandes pechos amplias caderas, donde relata desde los últimos tiempos de la dinastía Qing (1644-1911) hasta la época posmaoísta a través de la historia de una mujer que tiene ocho niñas antes de lograr el deseado varón, todos fuera del matrimonio. Una obra monumental, brutal y realista, en la que enaltece la abnegación y la fuerza de la mujer, pero que fue prohibida en China por dos razones, según cuenta su autor.
En primer lugar, porque se separó de la doctrina oficial, que dictaba que “todo lo que había hecho el Partido Comunista era perfecto, sin ningún error, y lo que había hecho el Kuomintang [el partido nacionalista de Chiang Kai-shek, que perdió la guerra civil contra los comunistas de Mao Zedong] era malvado”. En segundo lugar, porque describió “de forma atrevida y directa el cuerpo humano”.
Para Mo Yan, hacerse escritor “fue una idea sencilla”. Simplemente, quería cambiar de forma de vida porque no tenía futuro en el Ejército. “Una vez, un vecino de mi pueblo que había estudiado en la universidad me dijo que conocía a un escritor que podía permitirse comer tres veces al día jiaozi [una especie de raviolis muy apreciados en China]. Esto era algo inimaginable para un niño de pueblo. Y yo tenía tantas cosas que contar… Hay que imaginar a una persona forzada a no hablar durante 20 años, que de repente puede contar todo lo que ha visto y experimentado. Éste ha sido el verdadero poder detrás de mi escritura”.
Mo Yan asegura que la literatura latinoamericana de los años ochenta, en especial el colombiano Gabriel García Márquez, ha tenido una gran influencia en su obra. “El realismo mágico activó mis experiencias acumuladas en el pasado. Había muchas similitudes entre la vida en mi pueblo y la de sus libros. En mi pueblo no había luces por la noche, y, cuando abrías la ventana, podías ver las hogueras brillando en el campo en la oscuridad. Mis recuerdos de infancia están plagados de fantasmas. Mis abuelos me contaban también muchos cuentos de espíritus. Después me di cuenta de que no debía copiar el estilo de García Márquez. Lo más importante que aprendí de él fue su espíritu innovador”.
Mo asegura que encontró su propio estilo a partir de 1985, un estilo que define como “realista”, y que utiliza estructuras narrativas complejas, cargadas de simbología, con profusión de personajes e historias largas. “Pero mi realismo es diferente del utilizado en el pasado en China”, insiste; aquel realismo socialista, idealizador de la vida rural, que marcó los años del maoísmo, y que, según remarca, “no decía la verdad”; “aquel que describía al Kuomintang como al diablo y al Partido Comunista como a un dios”. “Mi realismo habla de la gente normal. Presento al lector todo tipo de caracteres, personajes con los que no ha tenido contacto nunca, situados en un ambiente especial, en el que se puede respirar el olor y oír los sonidos de la vida rural”.
El escritor desgrana su existencia poco a poco, mientras sorbe con calma un zumo de naranja. Y cuando se le pregunta cuántos libros ha vendido, afirma que lo desconoce. “Unos dos millones, creo. Pero no lo sé. En cuanto publicas un libro en China, al día siguiente llegan las copias piratas”.
Dice que la novela de la que se siente más orgulloso es la última, La vida y la muerte me están desgastando, publicada en 2006. “La mayoría de mis libros utilizan un estilo copiado de Occidente. Éste tiene mi propio estilo, he roto con esas influencias”.
Asegura que los autores chinos se diferencian de los occidentales en que representan la psicología de los caracteres mediante su lenguaje y sus actos, mientras que los extranjeros describen directamente la psicología del personaje. Entre sus autores extranjeros preferidos, cita también a Ernest Hemingway, Günter Grass y el japonés Yasunari Kawabata. Y entre los chinos, a Lu Xun y la novelista actual Wang Anyi.
Afirma Mo Yan que de las mil novelas largas que se publican cada año en China, menos de veinte son buenas. Pero su lectura consiste básicamente en obras occidentales traducidas al chino. A ello dedica la mayor parte de su tiempo, además de ver la televisión, porque desde que acabó el último libro no ha escrito una palabra. Cuando se ponga de nuevo a la tarea, lo hará en esas horas en que el día llega a su fin. “Entre las nueve y las doce de la noche, cuando hay más tranquilidad y no suena el teléfono”. Y no utilizará el ordenador, porque le cansa la vista y es más lento. “Lo empleé durante cinco años, pero ahora utilizo el bolígrafo”.
Mo Yan, que tiene una hija de 27 años, afirma que no tiene ningún pasatiempo, pero le gusta el teatro y de vez en cuando viaja al extranjero. Cuando No hables habla, emite un cierto halo de tristeza. Quizá cicatriz de la dura infancia que ha marcado su obra. “Cuando tenía cinco años [durante el gran salto adelante, el fallido movimiento de industrialización rural lanzado por Mao Zedong, y que originó grandes hambrunas y la muerte de millones de personas], los niños de mi pueblo tenían el vientre hinchado como en África. Los árboles eran blancos porque nos habíamos comido la corteza”. Sólo cuando se ha catado la amargura, se es capaz de escribir, defiende.
Mo Yan, que en alguna ocasión ha sido mencionado como posible candidato al Premio Nobel de Literatura, cree que aún está lejos el día en que este galardón caiga en manos de un autor chino
[Gao Xinjiang, que lo recibió en 2000, tiene nacionalidad francesa desde 1998]. “Quizá dentro de cien años”, dice lacónico. “Es un premio occidental, es difícil para los extranjeros comprender la literatura china. Además, es compleja de traducir a otros idiomas”. Pero cuando analiza por qué los autores chinos son mucho menos conocidos fuera de sus fronteras que los japoneses, como Yukio Mishima, Yasunari Kawabata o Haruki Murakami, se muestra duro: “No han sido lo suficientemente buenos. La literatura china reciente comienza a ser literatura real en la década de 1980. Entre 1949 [fecha de creación de la República Popular por Mao Zedong] y 1979, estuvo cargada de política”.
¿Significa eso que los autores chinos pueden escribir hoy lo que quieran? “Aún hay cosas que no se pueden plasmar de forma directa, pero la situación es mucho mejor que en el pasado. Un buen escritor sabe encontrar la mejor manera para contar lo que quiere decir”. -

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JAIME ESPEJO ARCE