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Cuando Ruth Thalía Sayas llevaba varios días desaparecida, Beto Ortiz le dedicó, en su columna de Perú 21, el espacio que le pareció pertinente: un párrafo de tres líneas donde, lejos de lamentar el hecho, ironizó sobre él:
“Ha desaparecido Ruth Thalía Sayas Sánchez, la primera concursante de El Valor de la Verdad. También han desaparecido otras seis personas menos famosas cuyas fotos aparecen en mi recibo de Luz del Sur“.
Ahora, Ruth Thalía Sayas es aun más famosa.
Mientras Ortiz fabricaba el siguiente episodio de El Valor de la Verdad, Ruth Thalía estaba muerta y precariamente enterrada por su asesino en Jicamarca. Perú Económico hacía público un sondeo que señalaba a Beto Ortiz como el periodista más influyente del Perú. Beto Ortiz escribía, lleno de ínfulas y olvidándose de la joven desaparecida, una nueva columna para Perú 21, una de homenaje a la única persona que le parece en verdad importante en este mundo: él mismo.
Luego de que el asesinato fuera confirmado y el cadáver fuera exhumado por la policía, Ortiz tuvo todavía unas horas para reemplazar ese texto de Perú21, pero no lo hizo. Sólo se concedió un minuto para declarar, en menos de ciento cuarenta caracteres, que todo cuanto tenía que decir sobre la “tragedia” lo diría en su programa, un día más tarde. Ese tweet debe de ser el comercial más barato en la historia de los programas televisivos. A Ortiz, por lo menos, no le costó un sol. A Ruth Thalía Sayas le salió más caro.
La mayoría de quienes comentan el tema señalan la resposabilidad de Frecuencia Latina, del programa El Valor de la Verdad y del conductor del programa. Yo he pasado un rato leyendo las cínicas defensas de los otros, en Facebook, en Twitter, en diversos blogs. El argumento que parece estar imponiéndose entre ellos es particularmente hipócrita: la idea es que este es un caso de femicidio y que el programa es simplemente uno de sus escenarios secundarios, tan inocente como el parque donde un asaltante sorprende a su asaltado.
Obviamente, si este asesinato fue cometido por un ex novio despechado que se creyó con derecho a vengar una vergüenza tomando la vida de una mujer, este es un caso de femicidio, y forma parte de la larguísima y atroz reiteración de este tipo de crímenes en el Perú. Y seguramente eso es la explicación más simple.
Pero, ¿eso cómo exculpa de responsabilidad a los periodistas carroñeros que, bajo la conducción de Beto Ortiz, construyeron el más bochornoso, humillante y público episodio en la vida de Ruth Thalía Sayas, aprovechándose de sus carencias afectivas y sus carencias materiales?
Revisen la lógica de los programas de Ortiz. Susy Díaz confesando miserias, Lucy Cabrera bromeando sobre la paternidad de sus hijos, Susan León admitiendo romances con narcotraficantes, Lucía de la Cruz hablando de alcohol, drogas, estafas y tráfico de visas, Anhelí Arias enumerando las drogas que consumió durante su embarazo, Ruth Thalía Sayas aceptando haberse prostituido.
El Valor de la Verdad ha tenido once invitados hasta la fecha. Siete mujeres y cuatro hombres. Si alguien espera encontrar entre las mujeres un equivalente de, por ejemplo, el suboficial PNP Luis Millones, el heroico invitado del quinto episodio, esperará en vano: la mujer en el programa de Beto Ortiz no tiene ese perfil. En el programa de Beto Ortiz, la mujer es una delincuente, o una prostituta, o una drogadicta, o una mala madre, o una hipócrita, o una tonta, o una mentirosa, o una manipuladora. Se va del programa con dinero en la cartera pero, como vemos, también se puede marchar con una condena.
¿Eso cómo exculpa de responsabilidad a los periodistas carroñeros que, bajo la conducción de Beto Ortiz, construyeron el más bochornoso, humillante y público episodio en la vida de Ruth Thalía Sayas, aprovechándose de sus carencias afectivas y sus carencias materiales?
La razón por la cual existe el femicidio pero no está tipificado el homicidio de hombres, la razón por la cual nuestra sociedad comprende que hay femicidio pero no persigue como casos especiales el homicidio de zurdos o personas que pasen del metro noventa, es que no hay nada en la estructura de la sociedad que propicie el asesinato de hombres zurdos o de personas que pasen del metro noventa, pero sí hay algo en la estructura de nuestra sociedad que propicia el asesinato de mujeres.
Decir que esto ha sido un femicidio y que, por tanto, el programa de Beto Ortiz no tiene responsabilidad alguna es desnaturalizar la noción de femicidio, hacerla inservible, vacía, carente de sentido. El programa de Beto Ortiz es una de esas cosas que propician en nuestra sociedad el abuso contra las mujeres, porque uno de sus rasgos más pronunciados es el de retratar reiteradamente a la mujer como perversa, sucia, criminal y promiscua, como un objeto lumpenizado, auto-falsificado, indigno de respeto.
Si alguien cree que exagero, si alguien quiere ensayar la última variante de aquel argumento, mal aprendido en la universidad, según el cual culpar a la televisión de cualquier violencia social es un despropósito, pregúntenle a Ruth Thalía Sayas, o pregúntenle a su asesino. La televisión es un medio real que transmite mensajes reales que se transforman en consecuencias reales que toman la forma de hechos reales como la muerte real de una mujer de verdad.
El que no quiera comprender eso, a la luz de un caso como este, está empeñándose en poner su diversión (su derecho a ver tele) por encima del derecho de las mujeres a vivir en un mundo que no sea especialmente violento en contra de ellas.
Nunca un cadáver le ha arruinado la vida a un buitre, de modo que es posible que para Beto Ortiz todo esto no signifique, a la larga, nada más que un salto en el rating y mucho más dinero. Pero no puede ser que la muerte de Ruth Thalía Sayas sea igualmente insignificante para los demás peruanos. Es triste saber que en unas horas Beto Ortiz obtendrá la mayor sintonía de su carrera. No es triste por él, por supuesto: conmiseración es lo último que inspira (inspira lástima, que es otra cosa). Es triste por los que vuelen en el aire a recibirlo. Porque los buitres andan en bandadas, y los peruanos no deberían aceptar ser parte de ésta.
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JAIME ESPEJO ARCE