Por: Antonio Zapata Velasco
Expertos en saneamiento han advertido que en La Parada viven millones de ratas, alimentándose de los desperdicios generados por el mercadeo de víveres para la ciudad. Cuando la zona se limpie, habrá que evitar que los roedores se desparramen por La Victoria y Barrios Altos. Mientras tanto, La Parada viene emanando otro tipo de ratas, son los vándalos que incendian camiones municipales y saquean Gamarra. Así, sanitarios y policías comparten un diagnóstico: La Parada es un foco infeccioso necesario de limpiar con cuidado y en forma racional.
Tiene suerte la alcaldesa, porque ha de combatir la revocatoria teniendo como enemigo a una gavilla de delincuentes y con un gran tema entre manos: la comercialización mayorista, donde tiene a las mayorías de su lado. El posicionamiento es claro. A un lado se hallan comerciantes inescrupulosos, que revenden sus puestos y son defendidos por el lumpen de la sociedad; mientras que, el otro campo lo ocupa una gestión acosada políticamente. ¿Qué vincula a los revocadores con los vándalos? Pues, una causa común: el afán de tumbarse a Susana Villarán y su equipo. Con esos enemigos y ante lo tosco de su coincidencia, la alcaldesa debe remontar la revocatoria y prepararse para la reelección.
Gracias a la TV, hemos podido seguir la actuación de la turba contratada por los malos comerciantes de La Parada. Era un grupo básicamente masculino, integrado por individuos que viven en los márgenes de la sociedad; lo suyo es droga, extorsión y violencia por contrato. Una multitud lumpenesca, pocas veces vista en Lima.
Pero, no es un caso único; por el contrario, registra numerosos antecedentes. Jorge Basadre le dedicó un libro a la problemática. Se titula La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú. Es un texto juvenil, escrito en 1929, antes de cumplir treinta años. Su argumento establece que el Perú es un país desarticulado y poco orgánico. Por ello, sus malestares no discurren por caminos institucionales ni sus soluciones son negociadas.
Por el contrario, lo habitual es la explosión descontrolada. Las clases apenas se han formado, existe plebe antes que pueblo, porque las organizaciones sociales carecen de sustento. Son cascarones que agrupan a los politizados, pero dejan a las mayorías fuera de todo marco identitario. Así, somos un país volcánico sin luchas orgánicas. Se desconocen las plataformas reivindicativas coherentes, conducidas por dirigencias estables. Los tumultos generan líderes que pronto se evaporan. Por ello, las elites carecen de continuidad.
Basadre estudia la historia nacional por tipos de multitud. La Colonia habría formado la procesión religiosa, que continúa presidiendo la ciudad en ciertos días. Mientras que, los agitadores políticos aparecieron durante la Emancipación. Por su lado, la República nació en medio de guerrillas que se levantaron en medios rurales, tanto en la costa como en la sierra. Los frecuentes golpes de Estado del siglo XIX y las guerras civiles habrían formado un ethos guerrero y radical en medios campesinos. Se enrolaban, eran acompañados por sus rabonas y ya estaban nuevamente peleando por alguna causa.
Mientras que las ciudades habrían sido más pacíficas. Pero, la agitación era subterránea y a veces estallaba con furia. Por ejemplo, en el caso de los Gutiérrez, que guarda alguna semejanza con el último de La Parada. Las clases peligrosas estallan y destruyen todo a su paso, provocando una violencia que saquea comercios formales. Aunque, en ese momento eran distintos tanto motivaciones como protagonistas políticos.
Pero, al final el resultado es lo importante. Después del motín de los Gutiérrez, salió triunfante Manuel Pardo, que entonces personificaba el sueño de una república ordenada. En esta ocasión, la sanción de las bandas delincuenciales de La Parada es un paso firme hacia la modernidad en materia de comercialización mayorista de alimentos. Asimismo, abre el camino para la afirmación de Villarán como alcaldesa.