martes, 30 de octubre de 2012

Follow the money


Por Augusto Alvarez Rodrich
El restablecimiento del principio de autoridad conseguido el fin de semana en La Parada debiera constituir un punto de inflexión en el proceso de deterioro del respeto a la ley y del avance incesante de estructuras mafiosas por todo el país sin que la autoridad les ponga freno.
Son fenómenos muy antiguos que, con el correr del tiempo, se volvieron parte de un paisaje nacional que pasa de generación en generación, se transforman en modo de vida, y se asume que son, como diría Martín Adán, parte de esa normalidad salvaje en la que vivimos.
Como toda estructura mafiosa, tienen un cumplimiento estricto de reglas que proyectan una sensación de orden en el sentido de que constituyen procesos que se repiten, que son previsibles y en donde el que se sale de la ‘normalidad’ sabe muy bien la sanción que le espera, usualmente asociada con la muerte.
Seguramente por lo anterior, el oficio del sicario viene creciendo en el país. Para muchos problemas hay ‘soluciones’ sustentadas en la contratación de alguien que, por un pago, se encarga desde asustar al ‘ofensor’ hasta desaparecerlo.
Estas estructuras mafiosas son las que han estado reinando en la comercialización de alimentos, alrededor de La Parada, desde hace décadas. Las escenas dramáticas de los últimos días dan cuenta de la conformación de un ejército privado de contención y demolición por un pago de cien soles por gladiador.
El mismo estilo mafioso existe en muchos otros ámbitos. Por ejemplo, en la construcción civil, en el transporte público, en la minería informal, en la reducción de artefactos robados de toda índole, o en el narcotráfico y el narcoterrorismo en busca del cobro de cupos.
Parientes cercanos y hasta cómplices de este modo de actuar son los congresistas matriculados en la planilla de intereses particulares para su defensa; políticos que organizan favores como desalojos; los que financian campañas electorales fuera de la ley; y, en general, policías, militares, periodistas, jueces, fiscales –por ejemplo, esa fiscal que el viernes declaraba en La Parada con obvio servilismo a la mafia–, o sicarios electorales que actúan como mascarón de proa para revocatorias truchas, es decir, mucha gente que actúa de un modo distinto al que debería por un pago bajo la mesa.
Romper esas estructuras mafiosas no es fácil, como se vio en La Parada, pero es lo que se debe hacer para construir una sociedad distinta.
Un instrumento útil para identificar a estas mafias es, como se debería hacer con los financistas del desmadre de La Parada –quienes por ningún motivo deberían quedar impunes–, seguir el dinero que financia a los mafiosos, es decir, llegar al origen de esas mafias. Follow the money.