miércoles, 3 de octubre de 2012

Senderistas y fujimoristas


Escribe: Gustavo Faverón 

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¿Alguna vez, quizá durante una discusión en alguna red social, han sentido que no saben bien si esa persona que dice cosas extrañas es un orgulloso fujimorista o un senderista asolapado? Aquí algunas preguntas que les pueden formular con el objetivo de desambiguar la situación:

1. ¿Crees que las cifras de muertos y desaparecidos que señaló elInforme final de la Comisión de la Verdad son cifras infladas?

2. ¿Te parece que mantener una memoria constante de los hechos de la violencia es un ejercicio nocivo que no nos permite crecer como nación?

3. ¿Piensas que hay personas encarceladas por crímenes de lesa humanidad que deberían ser amnistiadas y liberadas?

4. ¿Crees que los crímenes aún no resueltos del periodo de la violencia política deberían quedar en el olvido?

5. ¿Piensas que un grupo político que en el pasado ha atentado violentamente contra las instituciones de la democracia merece una oportunidad de llegar al poder?

6. ¿Te parece que el proyecto de construir un cierto tipo de sociedad justifica el ejercicio de la violencia?

Lo siento. La verdad es que esas preguntas resultan inútiles para la desambiguación. El motivo es que los fujimoristas y los senderistas, si responden de corazón, contestarán  a todas ellas, de modo que el cuestionario no sirve.

En verdad, para descubrir las diferencias habría que escarbar mucho más. Y aun así, durante la excavación, por un buen rato, uno seguiría encontrando coincidencias:

Senderistas y fujimoristas, por ejemplo, comparten la mística carismática de seguir a un líder poco menos que providencial e irremplazable y piensan que incluso las acciones más nefastas de ese líder fueron inspiradas por una suerte de amor omnímodo por el pueblo.

Senderistas y fujmoristas describieron algunas de esas acciones criminales como simples "excesos" y se refirieron a los inocentes caídos en sus garras como el "precio a pagar" propio de cualquier guerra.

Senderistas y fujimoristas defendieron, en la práctica, la visión de la mujer como un objeto instrumental, en muchas ocasiones reducido a su capacidad de procreación.

A los senderistas, eso los condujo al secuestro de mujeres para usarlas como fábricas de niños a los que llamaron "pioneritos"; a los fujimoristas, esa misma mentalidad los condujo a disponer cientos de miles de esterilizaciones forzosas.

Senderistas y fujimoristas, por tanto, se sintieron con derecho a decidir sobre la maternidad de las mujeres, desplazando su individualidad y reduciéndolas al rol de objetos manipulables.

Senderistas y fujimoristas utilizan un discurso populista de exaltación de lo indígena mientras en la práctica las formas tradicionales indígenas les parecen estorbosas y retardatarias, enemigas de la modernidad, en la versión de modernidad que cada uno de ellos defiende, que en ambos casos es una seudo-modernidad autoritariamente impuesta.

Podría seguir enumerando, pero no sé si es necesario. El punto ya debe de estar muy claro: hay posiciones y discursos políticos que uno imagina diametralmente opuestos, cada uno la némesis del otro, y seguramente el discurso senderista y la pragmática fujimorista son, en efecto, antitéticos. Pero cuando dos corrientes ideológicas comparten fundamentalmente una misma moralidad (o más bien inmoralidad), esas diferencias se ablandan, se borran, y las acciones de ambos empiezan a ser aborreciblemente semejantes.

Por eso, ahora, si alguien aparece por ahí en estos días y dice, por ejemplo, algo como "Fulano sigue encarcelado porque este país está lleno de odio y lo que debería primar es el perdón", a uno le resulta difícil saber si se trata de Kenji Fujimori pidiendo la libertad de su padre o si es algún líder de Movadef pidiendo la libertad de Abimael Guzmán, o si es el Cardenal de Lima orando por el perdón a Fujimori o si es un orate publicista de Sendero Luminoso disfrazado de humanitario en alguna ciudad europea, o si es Aldo Mariátegui en una editorial del diario Correo.

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JAIME ESPEJO ARCE