Sobre la montaña
Escribe: Mirko Lauer
El crecimiento de 15%, hasta 75%, en la aprobación a Ollanta Humala en el sector A tolera varias lecturas. Una obvia es que los ricos sienten que está gobernando para ellos. Otra es que lo ven mejor que el resto del abecedario porque tienen menos que reclamar. Otra es que lo apoyan para reforzar sus políticas más continuistas.
Pero el apoyo de los otros cuatro sectores no es desdeñable. Son cifras que no se veían en muchos años. De diciembre a la fecha Humala ha subido no menos de 8% en todos los estratos sociales, instalándose cómodamente por encima del 50%. No es el 60%+ de setiembre pasado, pero sí buena nota para un semestre que ha conocido escándalos y conflictos.
Sin embargo los gráficos muestran que esa popularidad está sobre una montaña rusa. Hay algo así como un 20% donde no hay ni la sombra de un cheque en blanco, sino marcación estricta. Puede pensarse que este segmento es el que más claramente va aprobando y desaprobando caso por caso. Son indecisos que inclinan la balanza.
Lo que más se ha escuchado hasta ahora para explicar esta situación es un análisis de clase, con los diversos estratos comentando la fiesta según les va, o creen que les puede ir, en ella. El peso de los intereses es innegable, pero no ayuda a entender el fondo del asunto, que es la alta aprobación de todos los sectores.
El abanico de otros análisis es amplio, e incluye cosas como un estilo personal parco, ciertas medidas tomadas con eficiencia, un clima de ejercicio de una autoridad no estridente, o la dedicación a cumplir promesas electorales hasta donde es posible. Son en el fondo formas de análisis por el lado del estilo de gobierno.
Uno de los problemas con las buenas cifras de aprobación es mantenerlas. Pues la percepción cambia con cada medida importante que sale del Ejecutivo. La captura de “Artemio” ha sido una bonanza. Pero la reciente alza de ciertos combustibles va a dejarse sentir, a pesar de que vino después de la baja del balón de gas.
El otro de los problemas con esas buenas cifras es usarlas. Más de un político se ha empantanada por no afectar su popularidad. La resistencia a tomar medidas de ajuste es el caso más conocido, pero no es sino una variante en las mil formas de la inacción contraproducente. Son confusiones de la prudencia o la cautela con la procrastinación.
Parte de lo que viene manteniendo alta la popularidad presidencial es el compás de espera frente a algunas iniciativas claves que todavía no han sido tomadas. Las hay en el escenario de los conflictos, en el de la producción y el de la seguridad. No necesariamente serían medidas impopulares, pero un estadista debe correr ese tipo de riesgo.
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JAIME ESPEJO ARCE