viernes, 24 de febrero de 2012

PRIMAVERA ÁRABE EN PERSPECTIVA



Francesca Emanuele

La primavera árabe se inició como un rayo de esperanza: se resquebrajaban dictaduras de décadas, dinamitadas por el levantamiento del pueblo harto de sufrir sistemáticamente experiencias absolutistas. A pesar de que la mayoría de estas dictaduras tenían buenas relaciones con los países desarrollados occidentales, se dieron las condiciones para que de manera casi unilateral los pobladores decidieran por su propio pie enfrentarse a sus líderes vitalicios.

Los dictadores cayeron en Túnez, Egipto, Libia y Yemen. El problema se nos presenta al preguntarnos si las formas institucionales y de gestión estatal propias de las dictaduras fueron arrastradas con los líderes depuestos o, por el contrario, se quedaron atadas a la cultura política de estas naciones. Según lo presenciado estos últimos meses, podremos concluir que muerto el perro no se acabó la rabia, pero que la rabia tiene distinta intensidad según la región.


Todos estos países continúan sufriendo las secuelas de años de opresión, las que se ven reflejadas en la angustiosa dificultad que tienen para poder establecer transiciones democráticas.

Hace unos días se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Yemen, donde hubo un único candidato, muestra del continuismo autocrático aferrado en el país. En Egipto, las protestas de los ciudadanos decepcionados continúan, aún cuando la Junta Militar gobernante haya anunciado elecciones presidenciales el próximo junio. Túnez, el mejor parado del cuarteto, se halla en medio de una asamblea constituyente que decidirá el rumbo a seguir, mas no exento de intereses contrapuestos que le dificultarán su gestión. Finalmente Libia, la nación más intervenida por fuerzas externas occidentales, no ha sido capaz de cesar la guerra civil en la que se encuentra desde el inicio de las revueltas. Cada semana mueren decenas de personas asesinadas y torturadas acusadas de haber servido al régimen gadafista, mientras que de manera surrealista el Consejo Nacional de Transición está liderado por militares que en su momento fueron fieles a Gadafi.

Con los meses la primavera árabe nos da cuenta de la dificultad de cortar los lazos con regímenes anteriores. Nos ilustra acerca de que es más fácil ser continuista que rupturista, y que incluso las reformas son arduas de acometer en países en donde lo normal ha sido el absolutismo y lo excepcional la democracia. Para pagar con justicia los esfuerzos de muchos ciudadanos que lucharon por la causa, tendrán que seguir siendo ellos mismos la masa crítica que batalle por reconstruir sus Estados, estando atentos a que las cúpulas históricamente asentadas no continúen enquistadas en el poder. De no ser así, veremos dentro de poco la proliferación de nuevas dictaduras.

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JAIME ESPEJO ARCE