miércoles, 8 de febrero de 2012

¿Dónde está Keiko?



La ausencia de Keiko Fujimori en las más recientes apariciones fujimoristas parece corroborar la tesis de que al interior del movimiento hay una pugna, cada vez menos sorda, entre los llamados ‘albertistas’ y los ‘keikistas’. Los primeros se hallarían representados por Kenji, quien ha sido el protagonista central de las últimas acciones políticas.

Ya desde la campaña hubo quienes cuestionaron a su candidata. Consideraban que su moderación fue la causa de la derrota, a contrapelo de quienes sostenían, más bien, que había sido la reiterada seguidilla de exabruptos del ala dura la razón de la pérdida electoral.

En su última columna dominical en el diario La República, Steven Levitsky señala que el fujimorismo puede llegar a ser el partido de la derecha que la democracia peruana requiere. Coincidimos en ello, pero creemos que eso pasa necesariamente por un alejamiento de la matriz programática que los identificó en los 90 y su consecuente discurso beligerante y en gran medida sectario.

Una lectura generosa del régimen fujimorista puede llegar a sostener que los desmanes autoritarios pudieron haber sido la factura a pagar para derrotar al terrorismo y para enderezar el desastre económico legado por el primer gobierno de García.

Pero aún bajo esa perspectiva, pensar que dicha estructura de pensamiento puede gozar de vigencia en los momentos actuales, es un error. Y en esa equivocación parece embarcado el fujimorismo.

Podría ser que ello se deba a la creencia de que es la táctica adecuada en estos momentos para lograr el objetivo del indulto. Todo parece indicar, sin embargo, que se interpreta que la moderación exhibida en los últimos cinco años ha desdibujado el perfil de dureza que, a su entender, el pueblo recordaría y apreciaría. Y en esa línea de pensamiento, la opción de Keiko no sería la conveniente.

Por un lado está la constitución de un partido democrático, asentado en innegables simpatías populares, capaz de definirse ideológicamente y de convocar cuadros políticos y tecnocráticos. Por el otro, la consolidación de un movimiento caudillista, guiado por el solo propósito familiar y atado a una psicología colectiva de “estado de sitio”, cuyo destino estaría banalmente vinculado a lo que suceda finalmente en la Diroes.

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JAIME ESPEJO ARCE