jueves, 16 de febrero de 2012

EL IMPUNE NEGOCIO DE LAS EDITORIALES




Por: ROSARIO SASIETA


El año pasado, desde mi escaño en el Congreso, solicité la presencia del Ministro de Educación para tratar con urgencia el tema de las editoriales que trabajan con textos escolares. A raíz de diferentes denuncias periodísticas se aprobaron leyes para evitar que los padres de familia fueran víctimas de cobros excesivos a cambio de comisiones de promotores editoriales.

En estos días, con suma tristeza, podemos ver que aún siguen esas prácticas infames y deshonrosas entre editoriales, promotores y representantes de colegios que no ven una mejor manera de llenar sus arcas personales que esquilmando los bolsillos de los siempre sufridos padres de familia.

He escuchado argumentos de todo tipo, enfervorizados padres reclamando justicia y sanción, algunos despistados y oportunistas que piensan que un libro debería costar 13 soles porque es el precio de fabricación y los ya conocidos defensores del libre mercado que dicen que es un problema entre privados, como si la educación fuera mercancía de escaparate.

Acá existen varios problemas, pero el más grave y preocupante es que la educación escolar, que debería estar orientada al análisis crítico, a la comprensión lectora, al estímulo del estudio por el simple hecho de amar el conocimiento y como principal fuente para vencer la pobreza, se haya transformado en una suerte de espíritu fenicio donde solo interesa ganar más dinero.

Es cierto que el libre mercado no acepta regulaciones, pero cuando hablamos del futuro del país y del rol de los educadores, no podemos permitir que nos den gato por liebre. Lo que más me ha sorprendido es la organización que han venido tramando en esta década, los métodos para obligar al padre a comprar el mismo libro cada año solo cambiándole la carátula o aumentando una página de actualización en la última hoja es, por decir lo menos, preocupante.

Se han sofisticado de tal manera, que han diseñado métodos para que los alumnos escriban sobre sus textos haciéndoles inutilizables para el hermano menor, le agregan desglosables para que le arranquen las hojas y no se puedan volver a usar. En verdad, el ingenio para estas malas prácticas no tiene límite.

Incluso, según se ha visto en diferentes reportajes, los profesores sellan los libros para probar que es una nueva edición y pasar a cobrar una comisión por cada texto nuevo en su aula. La prensa ha actuado con mucha responsabilidad en estas denuncias. Esperemos que los métodos empleados para combatir esta deslealtad al país sean suficientes para que los padres de familia puedan enviar a sus hijos al colegio con tranquilidad y sin terminar empeñados.

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JAIME ESPEJO ARCE