¡ABRAN LA PUERTA!
Delia no recordó jamás cuál fue la hora en que el perro comenzó a ladrar. Lo que nunca se le borraría fue el balazo interminable que lo silenció. Parecía como si el proyectil hubiera entrado primero y salido luego del cuerpo del animal y se hubiera ido silbando hacia el final del universo.
Siempre se acordaría de que despertó y encontró a Cirila, de pie frente a su lecho, mientras le hacía una señal con el dedo cerrándole los labios. Era la niña que la ayudaba a cuidar a Santiaguito. Ahora, traía al pequeño en los brazos. Con voz queda, le indicó que había que escapar. Tenían que irse por el techo cuanto antes. Ya no había tiempo.
Escuchó que golpeaban con fuerza en su puerta. Cuando Sara Delia estuvo de pie, la pequeña Cirila había subido hasta la claraboya de la casa. Lo había logrado encaramándose sobre la cama camarote. Puso primero al niño sobre el techo y luego subió ella, y se metió en la noche.
-¡Abran, abran de una vez!
Avanzó hacia la puerta para abrirla, pero no fue necesario. Dos hombres de uniforme la echaron abajo y entraron en la casa. Pasaron delante de ella y buscaron en todos los rincones. Por suerte, no se les ocurrió mirar hacia la claraboya.
No le explicaron el motivo de su ingreso.
-¿Es usted la maestra de escuela?… Si, por supuesto. Usted es maestra de la escuela.
El hombre que había preguntado y respondido le ordenó que saliera y que avanzara delante de ellos.
Todavía no había amanecido del todo. Sara Delia tropezó con el cuerpo muerto de su perro. Quiso agacharse para palparlo. Llegó a tocarle la cabeza ensangrentada. Lo recordaba y lo quería como el permanente compañero del pequeño Santiago.
Cuando estuvo de pie, el fusil volvió a hablar con ella:
-Sigue adelante. Sigue adelante o te mato.
LOS VECINOS YACÍAN SOBRE LAS VEREDAS
Al mediodía, los niños llegaron hasta la cima del monte que da al sur de Accobamba. Caminaban tomados de la mano. A los 13 años, Cirila no sabía exactamente qué es lo que estaba ocurriendo en su aldea, pero sólo estaba segura de que debía escapar y, sobre todo, cuidar la vida de Santiaguito.
Más allá, algunos vecinos yacían sobre las veredas. Se notaba que los soldados habían querido cerciorarse de su muerte y habían procedido a rematarlos. Varios niños de la edad de Santiago y un perro pequeño habían sido destripados. Quizás la mascota había querido defenderlos.
En la plaza central de Accomarca, había varias mujeres muertas. Tenían las ropas destrozadas. Tal vez habían intentado defenderse del ataque de los soldados, y por eso las habían acuchillado.
LOS NIÑOS HUYEN A CABALLO
Por al tarde, Cirila logró llegar con el niño a la aldea donde vivían sus abuelos.
-¡Toma el caballo!… Te llevarás al niño. Veo que has traído algunas provisiones. Van a servirles. Les va a tomar unos días, pero tú conoces el camino.
Mientras su abuelo preparaba el caballo, Cirila se acercó a Santiago y le dijo:
-Vas a olvidar todo lo que pasó aquí. Vas a olvidarlo para toda tu vida, Santiago. ¿De acuerdo?
-¿Por qué voy a olvidarlo?
-Por tu bien. En toda tu vida, nunca más recordarás lo que paso aquí. Esta parte de tu vida es solamente un sueño malo. De los sueños malos, tú te olvidas. ¿No es cierto?
Y todo fue un sueño. Hoy se han cumplido 28 años de ese sueño maldito. Fueron 69 los asesinados. Para la anestesiada opinión pública, 69 es solamente un número. Tal vez es bueno por eso reconstruir los rostros de estos dos niños hechos a la imagen y semejanza, de tu hijo, de tu hermanito menor, del mismo Dios. Probablemente, estos niños escaparon. Quizás, no.
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JAIME ESPEJO ARCE