POR: NELSON MANRIQUE
Las encuestas publicadas esta semana, que registran una caída de 12 puntos en la aprobación presidencial y un crecimiento equivalente en la desaprobación, marcan un punto de quiebre en la relación entre Ollanta Humala y los electores que lo llevaron a Palacio de Gobierno.
Las encuestas sitúan la aprobación presidencial entre el 43% y el 45%, la más baja desde el inicio del régimen. Se rompe así el “efecto teflón” que permitió durante estos meses a Humala desentenderse de la plataforma con la que fue elegido para terminar gobernando con el programa de la derecha derrotada en las elecciones. No es accidental que su mayor apoyo se encuentre hoy en el nivel socioeconómico A, el que votó masivamente contra él, mientras que el estrato E, el que le dio el mayor respaldo electoral, sea hoy el que menos lo apoya. La luna de miel que habitualmente acompaña a los mandatarios elegidos durante los primeros meses ha terminado y el presidente Humala tendrá que empezar a aprender a navegar con el viento en contra.
Las encuestas señalan algunas razones recurrentemente: Humala falta a sus promesas, tiene un manejo desastroso de los conflictos sociales y es incapaz de levantar una estrategia convincente para enfrentar el terrorismo y el narcotráfico.
El desencanto provocado por el incumplimiento de las promesas del candidato Humala trae cola. En realidad él no está haciendo algo sustancialmente diferente de lo que hicieron Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Alan García, que levantaron un programa para ganar las elecciones y lo abandonaron inmediatamente en cuanto llegaron al poder, para gobernar con la derecha. Es probable que Humala sienta que es injusto que a él no lo midan con la misma vara. Pero él fue elegido precisamente por el hartazgo popular frente a esta situación. Humala proclamaba que restablecería la conexión entre lo que se dice y se hace. Era el candidato que, como un militar honorable, honraría la palabra empeñada; una posición muy distante de la que la pasada semana sostuvo en la televisión el premier Óscar Valdés, que él ha puesto en el cargo: “Lo que yo esperaba, y creo que todos los peruanos debemos esperar, es que nuestro presidente, cuando es elegido, debe olvidarse de sus ofertas electorales”. Citando a Peter Elmore, esta declaración se sitúa en ese punto límite a partir del cual la franqueza se convierte en cinismo. Y los intentos de Valdés, al día siguiente, de desdecirse de lo que dijo terminaron siendo un homenaje seguramente involuntario a Mario Moreno, “Cantinflas”.
Los encuestados señalan a Óscar Valdés como uno de los grandes responsables del desastre. No les falta razón: el carácter emblemático que han adquirido los conflictos de Cajamarca y Espinar son la consecuencia directa del manejo confrontacional desplegado por él, que, lejos de solucionar los problemas, ha hecho perder un valioso semestre y ha llevado las cosas a un nivel que, con el desgraciado saldo de muertos y heridos producido por las intervenciones policiales, ha llevado a una polarización social que compromete la relación misma entre las comunidades campesinas y la gran minería a nivel nacional.
Las encuestas aportan otros datos valiosos. Imasen registra que un 19.5% de los encuestados opina que el presidente “no hace nada”, mientras un 82.9% sostiene que “se demora en reaccionar” cuando estalla una crisis política. Se critica pues la ausencia de liderazgo y eso debe atribuirse al estilo de gobierno desplegado durante estos meses. El presidente Humala ha perdido la espontaneidad que tenía como candidato.
Aparentemente ha optado por ceñirse a la pauta que le dictan sus asesores de imagen y éstos consideran que la mejor estrategia publicitaria es guardar silencio y salir corriendo cuando se presentan los problemas. La semana pasada escribí sobre lo inoportuno de los viajes presidenciales en medio de crisis políticas como las desatadas por el secuestro de los trabajadores del proyecto Camisea, o por la muerte de Walter Sencia Anca y Rudecindo Puma y el centenar de heridos en Espinar. Si este libreto tenía como objetivo mantener una elevada aprobación en las encuestas ya es hora de buscar uno mejor.
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JAIME ESPEJO ARCE