miércoles, 20 de junio de 2012

Lo prometido con pasión es deuda cultural


Escribe: Mirko Lauer   Mirko Lauer
¿Es el incumplimiento de promesas electorales el talón de Aquiles en la imagen de Ollanta Humala? Si nos limitamos a escuchar a los voceros de la protesta, en efecto el país se ha ahorrado una versión local de los presidentes del ALBA. Sin embargo las encuestas están sugiriendo una explicación más compleja para la reducción de su popularidad.
En la encuesta de Apoyo tres de cada cuatro peruanos piensan que Humala ha cumplido algunas de sus promesas, que ha cambiado para bien o simplemente no ha cambiado desde que es presidente, y que debe gobernar desde su faceta más moderada. Solo uno de cada dos piensa que esa moderación es compatible con las ofertas más radicales de la campaña.
Es casi seguro que el mensaje presidencial del 28 de julio sea una lista de promesas cumplidas en este primer año de gobierno. La lista es posible, aunque es probable que con doce meses de trabajo una parte de ella se componga solo de proyectos puestos en marcha. Alimento polémico para el 24% que piensa que no ha cumplido ninguna promesa.
Pero hoy el tema de las promesas electorales no está tanto en los terrenos del monitoreo o la contabilidad, sino en el ámbito del deseo. Haga lo que haga Humala llegará al 2016 con dos incumplimientos diferentes a cuestas: no haber hecho un gobierno de izquierda moderada (Brasil, Chile) o no haber hecho una revolución electoral (Venezuela, Bolivia).
Para el tercio del país que votó por él en la primera vuelta las promesas cumplidas en el año palidecen frente a los caminos descartados. Ese tercio quería (quiere) una confrontación. Quería que Humala confrontara a los poderes establecidos. Ahora confronta a Humala, directa o indirectamente, por estar entendiéndose con esos poderes.
¿Tiene Humala alguna manera de recuperar a sus desafectos? Es difícil. La protesta que cortejó, usó y luego dejó atrás Humala parece más un impulso de reivindicación cultural que un programa de acceso a recursos modernizadores. Alan García redujo la pobreza un 20% y llenó el país de infraestructura, pero no avanzó en el afecto de esos sectores.
Lo cual nos deja con las promesas en sí mismas. El sector que protesta ve la promesa del crecimiento económico convencional como una suplantación de la identidad cultural, y lo expresa en el lenguaje del ambientalismo. No es casual que esa sea la falla geológico-política donde Humala está chocando con sus antiguos seguidores.
En resumen: en ese tercio cumplir promesas de cuño económico ayuda, pero no resuelve el asunto del cambio de giro. Si bien para el cortísimo plazo Humala necesita a sus conflictólogos y planificadores de desarrollo focalizado, para su largo plazo le ayudarían mucho los antropólogos y demás especialistas en las culturas del país.

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JAIME ESPEJO ARCE