La decisión del cardenal Juan Luis Cipriani de no renovarle al padre Gastón Garatea la licencia para ejercer su labor pastoral en Lima pone en evidencia dos miradas sustantivamente diferentes sobre cómo vivir e interpretar la fe cristiana.
Para el cardenal Cipriani
mandan el dogma y el autoritarismo; para el padre Garatea, el norte del
compromiso católico son la vida y la palabra de Cristo.
Precisamente, si algo atrajo a
los primeros y fundamentales discípulos de Cristo fue su palabra convincente,
profunda y renovadora, así como su vida sencilla, tolerante (salvo con los
mercaderes del templo) y ejemplar. Cristo no necesitó redactar un solo folio
para estampar una orientación y una forma de vida de impacto universal que los
evangelistas recogerían por escrito para las siguientes generaciones.
Hace unas semanas, el padre José
Ignacio Mantecón Sancho, más conocido como el padre Chiqui, español
nacionalizado peruano, quien trabaja en El Agustino desde hace 28 años,
comentando su labor entre la población marginal, específicamente sobre los
travestis, decía: “Estuve trabajando con ellos en una época muy dura. Muchas de
mis amigas murieron de sida, gente que yo he querido muchísimo” (La República,
9-5-2012).
Ese compromiso con la vida de
los seres humanos –tengan la ubicación social y la opción sexual que tengan– es
la clave de una forma de entender y vivir el catolicismo.
Por eso, no es gratuito que, en
la misma entrevista, el padre Chiqui afirmara que, para él, “el modelo es
Jesús, y Jesús es el hombre libre por excelencia, y nos llama a ser libres
frente a cualquier tipo de poder”.
Estas distintas maneras de
vivir el catolicismo trascienden a la Iglesia, sobre todo en un país
predominantemente cristiano, al mismo tiempo que desafían y cuestionan las
relaciones entre las personas, sean creyentes o no.
En última instancia, se trata
de cómo uno ve y valora a los otros; sobre todo, a los que son diferentes.
(Santiago Pedraglio)
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JAIME ESPEJO ARCE