UN JUEGUITO: QUÉ PASA SI CAMBIAMOS “GREGORIO SANTOS” POR “LUIS CASTAÑEDA” EN ESTE EDITORIAL DE EL COMERCIO
Hay un fenómeno que nos alegra estos días aciagos en los que el Perú, nuevamente, comprueba que más que país es un grupo de desconcertadas gentes viviendo en determinado territorio. Ese fenómeno es el siguiente: la izquierda se queja de las elecciones en Lima y la derecha se queja de las elecciones en Cajamarca. Un excelente ejemplo es este editorial de El Comercio, del día de ayer:
Lo interesante de este editorial, como verán a continuación, es que su queja sobre cómo Goyo Santos fue reelecto en Cajamarca, es casi un calco exacto de las quejas de la izquierda sobre la elección de Castañeda. Sólo es cuestión de mantener la estructura central del argumento y cambiar lo específico a Cajamarca por lo que sucedió en campaña con Castañeda y Lima. Lo que está tachado es lo que hemos remplazado y lo que está en cursiva es lo que diría un feisbukero de izquierda. Juzguen ustedes:
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Hay lecciones que rescatar de lo sucedido en Cajamarca Lima. Una no es que a los cajamarquinos limeños les gusta dispararse en los pies. Si han votado por Gregorio Santos Luis Castañeda, particularmente en los sectores rurales distritos más pobres, es porque le han creído el cuento de que es el defensor del agua que va a hacer obras frente a las mineras la actual alcadesa (que la pondrían en “serio riesgo”es “vaga e incapaz”); y porque no le han creído al Ministerio Público (MP) y al Poder Judicial (PJ) a documentados informes periodísticos cuando han dicho –con razón– que hay pruebas contundentes de que Santos Castañeda es un corrupto que se asoció con un empresario el narcotráfico para saquear a la región las arcas municipales, entre otras cosas, por medio de licitaciones cancelaciones de deuda amañadas. Más bien parecen haberle creído a Santos Castañeda y su campaña cuando afirman que sus procesos penales denunciasno han sido más que una venganza de las mineras los caviares por medio de su Estado-lacayo aparato de prensa.
Es verdad que las razones para no haberle dado crédito a la palabra de Santos Castañeda en ninguno de los dos puntos son contundentes. En el caso de la corrupción, entre otras cosas, existe un audio en el que Santos coordina con el gerente de una de las sociedades vinculadas con el empresario que ganó 11 millonarias licitaciones cajamarquinas vínculos familiares y de estrecha amistad entre Castañeda y los principales involucrados en el caso Comunicore y otro en el que este empresario cuenta que deposita el dinero de Santos en Panamá el dueño real de Comunicore está prófugo de la Policía Antidrogas desde el 2009, entre muchas otras perlas. Y en el caso del medio ambientede las obras, una comisión de peritos internacionales proyección realizada por el Ministerio de Economía y Finanzas demostró que el gran peligro del que Santos habría “salvado” a Cajamarca eso de que Susana no hacía obras era solo una patraña: con el trasvase de las lagunas habría mucho más –y no menos– agua en Cajamarca la gestión de Villarán tuvo mayor ejecución de obras de inversión pública.
No obstante, el hecho de que, habiendo pruebas tan sólidas para mostrar que Santos Castañeda mintió en Conga lo de las obras y es un corrupto, tantos cajamarquinos limeños estén dispuestos a creer lo contrario solo prueba, por un lado, la mala labor que en la batalla de la imagen y la comunicación hace el Estado; y, por otro lado, la poca credibilidad que tienen nuestras instituciones. Dos problemas de fondo que cada vez tienen un costo más visible y más grande para nuestro desarrollo.
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Me gusta particularmente la correspondencia “contaminación de las mineras” y “ausencia de obras“. La primera es un mito para la derecha y una realidad para la izquierda. La segunda, un mito para la izquierda y una realidad para la derecha. Cuadra perfecto.
Ahora, ¿son estas explicaciones suficientes? La de los medios sobre Santos y las de tus redes sociales sobre Castañeda. Nosotros nos seguimos quedando con la explicación de Levitsky: en un país en el que todos los candidatos traicionan sus promesas, el electorado sabe que su voto, en realidad, no decidirá un cambio de rumbo en las políticas. Entonces, su voto tiene un uso distinto:
Cuando los ciudadanos no creen que los candidatos vayan a cumplir con sus promesas, el voto programático deja de ser racional. ¿Por qué buscar al candidato con el mejor programa si ese programa no se va a cumplir? Sería inútil. Sería irracional. En un contexto así, ¿por qué no utilizar el voto para otros fines? ¿Cambiarlo por algo (clientelismo)? ¿Utilizarlo para expresarse o mandar un mensaje de frustración (voto anti-sistema)?
Quizás ambas elecciones, en cierta forma, han sido evaluaciones, plebiscitos casi, tanto de Yanacocha como de Villarán. La gente, frustrada, eligió votar, sencillamente, por el que se colocó en el extremo más opuesto de los objetos de sus (justas o injustas) furias. Sobre racionalidad y emotividad en la elección, recomiendo leer a Arturo Maldonado, que se plantea las preguntas clave que necesitamos responder para entender por qué votamos así los peruanos. Mientras tanto, es hora de prepararnos para las consecuencias, tanto en Lima como en Cajamarca.
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JAIME ESPEJO ARCE