Álvaro Vargas Llosa
Barack Obama ha evitado la peor humillación de no ser reelecto (el estigma que ha hecho de Jimmy Carter un personaje desvalorizado en su país, a diferencia del resto del mundo). Su triunfo se debió a tres razones: convenció al electorado tácitamente de que votar por Romney era votar por un tercer período de George Bush; explotó bien los temores que despierta el Partido Republicano en las mujeres solteras y los hispanos; y detuvo gracias a su actuación a raíz del huracán Sandyel ímpetu que llevaba su adversario.
Obama, tras su discurso de reelección. | Afp
Ningún presidente con menos del 50% de aprobación había sido reelecto. Obama registra sobre el papel datos económicos tan negativos que resulta incluso sorprendentemente alto su 48 o 49% de aprobación. Bajo su gobierno se han creado tantos puestos de trabajo como se han destruido y hay 23 millones de desempleados o subempleados.
La pobreza ha subido de 13 a 15% y ha aumentado en 15 millones el número de quienes dependen del gobierno para aliementarse. Pero el electorado no culpó al Presidente por esto ni por el desbarajuste de las finanzas públicas (un déficit de 1,3 billones de dólares y una deuda de 16 billones). La responsabilidad, a juicio de una mayoría de electores, descansa sobre los hombros de Bush, cuyas políticas –bajar impuestos y aumentar gastos- se hubieran reencarnado en Romney, agravando las cosas.
Para conseguir inducir esta percepción, David Axelrod y David Plouffe, cerebros de Obama, concentraron esfuerzos en los estados clave desde el verano. Mientras Romney se organizaba tras unas primarias difíciles, el Presidente desplegaba una ofensiva de 300 millones de dólares para clasificar al republicano como un elitista ajeno a los problemas de la clase media y enfeudado al sector radical de su base. Complementó esa ofensiva con una movilización del voto comparable en profundidad y alcance a la de 2008, logrando que reverdeciera el entusiasmo de una base desanimada. La llegada directa –mediante llamadas, correspondencia, eventos locales, visitas casa por casa- sigue teniendo en Estados Unidos, donde el voto es voluntario, importancia. La maquinaria de 2008, que se creía atascada, volvió a funcionar.
Dos grupos respondieron especialmente bien a la estrategia. Obama captó el apoyo masivo de los hispanos (tres de cada cuatro) y de las mujeres no casadas (dos de cada tres). El voto negro se inclina en un 90% por los demócratas desde 1964, pero estos dos grupos habían dividido el voto en algunas elecciones. De un tiempo a esta parte el Partido Republicano se ha enajenado su simpatía con una postura militante contra la inmigración y una prédica muy conservadora en temas valóricos. La lección es que el Partido Republicano corre mucho riesgo en relación con los hispanos: en pocos años estos votos sumarán más que los votos afroamericanos.
Nunca sabremos cuánto influyó el huracán Sandy en los resultados. Hasta la víspera de su llegada, las dos encuestadoras que acertaron con más precisión en 2008, Gallup y Rasmussen, daban a Romney un margen suficiente para que una mayoría en los estados clave, que suelen reflejargrosso modo el voto nacional, se inclinaran por él. El huracán obligó al retador a suspender su campaña mientras el Presidente se agigantaba como comandante en jefe a cargo de la respuesta federal. En las encuestas el mandatario subió un par de puntos y volteó el partido.