Dany Tsukamoto |
Debo comenzar diciendo dos cosas. La primera es que estoy plenamente convencido de que toda sociedad tiene la televisión que se merece. Y la segunda, que los últimos nueve años de mi carrera como comunicador los he dedicado a la televisión: seis como reportero y los otros tres como productor. Me ha ido bien, pero siempre me han acusado de ser parte o, más directamente, de hacer, practicar, ejercer, difundir, crear, alimentar, enriquecer (y otros afines) la denominada “televisión basura”, con lo cual engordaba, de paso –según mis críticos–, la gruesa incultura y estupidez que “daña”, “mata”, “envilece” y “somete” a nuestra sociedad.
Me sucede que muchos amigos y familiares me felicitan ahora por haber renunciado a mi cargo de productor-creador de un exitoso magazine de espectáculos que se emite al mediodía por Frecuencia Latina. Pero son todos unos tontos, ¡lo son! Sintiéndose libres ahora (que ya no estoy allí) de criticar dicho programa, dicen que, casi casi, es un estercolero mediático que debería desaparecer. Que cómo es posible que los directivos de canal 2 financien un bodrio así, que cada día está peor, que muy pacharaco, que muy escandaloso y sensacionalista, que muy todo.
No solo son enfáticos y parecen convencidos en su crítica, sino que también la argumentan. La sustentan con pasión, pero sobre todo con detalle. Me enumeran cada uno de los execrables excesos en los que cae dicho programa. Recuerdan a la perfección lo mal que trataron a un invitado, o lo terrible que este se portó en vivo. Me reproducen, palabra por palabra, las supuestas estupideces que los animadores dicen. “Muy mal, muy mal, Dany. Ese programa está peor sin ti, no entiendo cómo es que hay tanta gente que lo ve. ¡Los niños, por Dios, qué será de ellos con esta televisión de porquería!”, rematan.
Y me dejan pensando...
Tomando como premisa que aquí nadie obliga a nadie a ver determinado programa y que, además, no solo tenemos más de un centenar de canales (entre nacionales y extranjeros) a disposición, sino que podemos apagar el televisor cuando queramos… ¿No son todos unos tontos acaso (por decir lo menos)? Por si no lo hemos notado, la televisión es lo más democrático que pueda existir. Para acceder a ella no tenemos que convocar a elecciones y acudir en manada y largas colas a las urnas, solo basta tener un control remoto. Y, una vez elegida, no tenemos que esperar un largo período para poder revocarla, cambiarla, apagarla, eliminarla. Basta un instante y presionar un botón para hacerlo.
Toda sociedad tiene la televisión que se merece, repito. Si no, díganme qué televisión podemos esperar de una sociedad que espera que la caja boba haga lo que ella no quiere, no sabe o no puede: educar a sus hijos, culturizarlos, humanizarlos, darles valores. Qué programas queremos tener si como ciudadanos cuerdos y conscientes consumimos con devoción aquello que sabemos que nos daña o que, por lo menos, no nos hace bien.
Muchos creen que la televisión basura engendra ciudadanos basura. Yo, que la produzco, creo que es al revés: la sociedad podrida crea televisión basura. La televisión es un espejo de nosotros mismos. La televisión no crea ladrones ni violadores ni asesinos, los muestra. La televisión no fabrica figuretis chabacanos, los expone. La podredumbre que tanto nos gusta señalar no está dentro de los televisores de nuestras casas, ¡está en nuestras casas! Una pantalla LED, plasma o LCD no nos permite vernos “a través de”, sino “en ella”. No hay televisión basura, señores, hay (habemos), a veces, “televidentes basura”.
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JAIME ESPEJO ARCE