Por Jimena Sánchez Velarde.
Jimena Sánchez Velarde (*).
He podido ser testigo debido a mi edad de los gobiernos de Alan García, Fujimori y Alejandro Toledo. No recuerdo con detalle el gobierno de Belaunde, pero es evidente que pese a los problemas económicos de su gobierno, el pueblo rindió un cálido homenaje a Fernando Belaunde cuando falleció, reconociendo sus maneras democráticas, su don de gentes y caballerosidad. Además el presidente Belaunde tuvo un rol protagónico en la recuperación de la democracia, pese a su avanzada edad.
Del primer gobierno de Alan García recuerdo la corrupción enquistada en la gestión pública y las barbaries cometidas so pretexto de la lucha antisubversiva. Del gobierno de Fujimori, recuerdo a una mafia corrupta instalada en el poder para lucrar de las arcas del Estado y que traicionó los principios más elementales del Estado de Derecho. El gobierno de Alejandro Toledo estuvo marcado por el despilfarro, la mentira y por una conducta presidencial poco acorde con la ética y la investidura que merecía el cargo.
Valentín Paniagua fue un hombre dedicado a defender los principios del Estado de Derecho. Fue profesor de derecho constitucional de varias generaciones de abogados y nos enseñó que la Constitución es un pacto social que cuando se rompe acarrea una serie de consecuencias nefastas para la vida democrática.
Sus alumnos del año 1992 me contaron que luego del 5 de abril, el Presidente Paniagua entró a la clase y acto seguido cerró la Constitución que llevaba y dijo a sus alumnos “francamente no tengo nada que enseñarles”.
Cuando Valentín Paniagua fue nombrado presidente del Congreso y asumió la Presidencia de la República, pude sentir que al fin habíamos dado un paso adelante en la recuperación de los valores democráticos. Cómo olvidar su política de puertas abiertas y la primavera democrática que se vivió cuando ingresó por la puerta grande a Palacio de Gobierno. Sus rejas se abrieron para dejar pasar a una multitud que celebraba la recuperación de la democracia. Cómo olvidar aquella bandera tantas veces lavada en miles de plazas del Perú y que fue izada en Palacio en homenaje a la sociedad civil.
Valentín era profesor de derecho constitucional en la Católica y por obvias razones tuvo que dejar el dictado de sus clases para abocarse a la tarea de gobernar el Perú. Un buen día llegó a sus alumnos una invitación de la Presidencia de la República para que acudieran a Palacio. El Presidente Paniagua recibió a sus alumnos y les explicó el motivo de la reunión: pedirles disculpas por no poder seguir asumiendo el dictado del curso. Ese gesto caballeroso para mí lo retrata de cuerpo entero.
Y cuando dejó la Presidencia, se presentó a la universidad como siempre lo había hecho. Con esa discreción y sencillez que lo caracterizaba. Nada de sirenas estruendosas y nada de agentes de seguridad rodeándolo. Ese día en que Valentín retornó a las aulas, los alumnos se convirtieron en la “seguridad” que lo rodeaba. Ese día miles de alumnos se apostaron en la puerta del salón para aplaudirlo y para agradecerle porque después de muchos años, al fin habíamos tenido un presidente que nos llenaba de orgullo.
Descanse en paz, presidente Paniagua, con la seguridad de que su legado de decencia, transparencia, honestidad, caballerosidad, tolerancia y maneras democráticas será recordado por varias generaciones. Usted, presidente Paniagua, fue el único presidente decente que yo conocí. Ojalá algún día pueda decir lo mismo de los que estén por venir.
(*) Bachiller en Derecho por la PUCP.
Paniagua cuadra a Lucar.
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