Escribe: Laura Arroyo Gárate
¿Qué es la memoria si no la recopilación de eventos pasados para hacerlos vigentes en el presente? Según la primera acepción de la DRAE, se trata de “la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado” (el resaltado es mío). Entonces, cuando hablamos de la “falta de memoria” de un país no sólo hablamos del olvido de determinados eventos pasados, sino de la incapacidad de tomarlos en cuenta en el presente, lo cual es aún peor.
Pensaba en la “memoria” a partir del gran tema de la semana pasada: MOVADEF. Un asunto que se debate en el área legal con argumentos ad hoc y, en el mediático, con otros. La polémica respecto a la intención de MOVADEF por inscribirse como partido político ha “servido” para que se abra el debate en torno a esa supuesta memoria de la que carecemos, según muchos. Pero, me pregunto, ¿de qué memoria carecemos?
Durante la semana que pasó, hemos visto en sets de televisión, medios de prensa escrita, muros de facebook y tuits ligeros un desfile de posiciones disímiles, antagónicas, tercas, apasionadas, acaloradas, ignorantes, simplistas, vacías, falaces, etc., todas respecto de un hecho sobre el cual, se supone, debería haber algún consenso. Tal vez sí hay uno: el conflicto armado destrozó al país. Sí, “destrozó” porque literalmente lo hizo “trozos”. Lo dividió, y no entre buenos y malos, sino entre unos y otros, casi entre todos y todos. ¿Nos hemos recompuesto? No lo creo. Es más, este período nos sigue destrozando cuando escuchamos, de un lado, gritos de quienes afirman que en el Informe Final de la Comisión de la Verdad se suaviza a los terroristas (afirmación falsa) y, del otro, a quienes toman este documento como una biblia que narra con exactitud (o debiera) lo que ocurrió en dichos años.
Es un informe final y, como tal, busca dar cuenta de un evento específico. Creo que es el documento con mayor legitimidad para realizar esta tarea pues conjuga voces múltiples y, por tanto, abarca una visión más amplia (y por lo mismo más cercana) a esa realidad. Pero es un informe, no es la narración exacta de lo ocurrido. Para hacer memoria, hace falta mucho más que los tomos de este resultado de una comisión que se atrevió a hacer un trabajo que, de saque, era arriesgado. Hace falta, como menciona Roberto Bustamante en este post, hacernos cargo de las condiciones en que se gesta un discurso como el de SL, de las aulas donde surgen inquietudes legítimas que personajes como Abimael Guzmán aprovechan.
Pero no se trata de meter el tema en un texto escolar, de ocupar un capítulo de título “conflicto armado interno”, de mostrar fotos de SL o pasar películas sobre el tema a los alumnos de secundaria. Una vez más, al hablar de educación por la memoria debemos hablar de algo más amplio que de un salón de clases y un profesor dictando una materia. Si algo me queda claro luego de esta semana es que la amnesia no es sólo un asunto de juventudes, sino de todos. Hay jóvenes que no recuerdan Tarata, es cierto, pero ¿y nosotros? ¿Acaso no estamos todos un poco amnésicos? ¿Cómo podemos, los amnésicos, enseñar memoria?
Y acá entra nuevamente la importancia de un discurso. Es imposible hacer memoria o vivir “en memoria” sin un discurso que esté mínimamente concertado por todos. Esto no se trata de ponernos de acuerdo en la cifra de víctimas o en la repartición de ella. Parece que esa discusión nunca llega a ninguna parte. Como si un cero más o menos hiciera más o menos criminal a una organización. Como si quitarlo o ponerlo quitara el dolor de las familias de las víctimas o borrara lágrimas y recuerdos.
Lo que debemos tener clarísimo es que Sendero Luminoso hizo terrorismo y que en su afán por hacer una revolución mataron a quienes dijeron defender. En nuestra democracia no puede haber espacio para quienes defienden una ideología que rompió con las reglas democráticas a las cuales quieren adscribirse ahora, pero sin hacer ningún mea culpa, asumir ninguna responsabilidad e incluso afirmando que, por si acaso, no fueron terroristas, sino que hicieron una revolución (sic). No nos vengan con vainas. Del otro lado, en nuestro discurso colectivo también debiera haber un reconocimiento de excesos cometidos por quienes nos defendieron. La condena a Alberto Fujimori es la demostración máxima de dicha idea. Se cometieron excesos condenables que deben investigarse y ser sancionados.
Pero, sobre todo, el Estado debe asumir dos grandes responsabilidades de una buena vez. Por un lado, tener presente que las condiciones en que se gestó el conflicto siguen vigentes y, por lo mismo, son un riesgo. Hay que revertir dicho escenario. Y, por otro, afirmar con contundencia un discurso de la memoria porque, hasta el momento, respecto al tema MOVADEF el gobierno se ha caracterizado por declaraciones tibias. Tal vez consideren que deben guardar una postura “neutral”. Esto es un craso error. En este tema la neutralidad no sirve para nada. Si queremos hacer memoria, hay que hacerla con claridad. Así, el Estado cumplirá también con su rol educador porque las reparaciones a las víctimas, el espacio físico del Lugar de la Memoria, y la inclusión del período de conflicto en los libros escolares son medidas aisladas sin ningún impacto real si el Estado no camina junto con ellas. No se trata de “educar” con la memoria, sino de “vivir la memoria” empezando en Palacio de Gobierno.
Lamentablemente, lo que hemos visto esta semana es un desfile de memorias distintas sobre el mismo hecho y a cada “memorizador” increpándole al otro por su lectura. Esto no contribuye con ninguna reconciliación (como tampoco la amnistía, por cierto). Se necesita un discurso que compartamos como país. Una identidad que surja a partir de un evento traumático. Para que Tarata deje de ser el nombre de una calle y sea el eco de un recuerdo. No sólo de un atentado, sino del baldazo de agua fría que significó para los limeños porque hubo muchas Taratas antes, pero no en la capital.
Sin un discurso de memoria colectiva seguiremos viviendo el conflicto armado. La única diferencia es que se ha des-armado.
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JAIME ESPEJO ARCE