Las declaraciones del premier Oscar Valdés resultan de difícil comprensión política. Ha dicho que, a su juicio, hubo una excesiva “teatralización” por parte de la Comisión de la Verdad y que ello fue en desmedro de la imagen de las Fuerzas Armadas.
Hay dos opciones de interpretación. Una, que sería francamente deleznable, es que haya querido decir que los múltiples testimonios brindados por las víctimas de violaciones de derechos humanos por parte de miembros de las fuerzas del orden (muertes, violaciones, tortura, etc.), fueron impostados o exagerados para afectar el honor del uniforme militar. Es decir, que el llanto de los deudos fue una parodia o un montaje diseñado para un propósito ideológico perverso.
No creemos que el premier Valdés tenga el empaque de atreverse a decirle eso en su cara a los miles de peruanos que efectivamente sufrieron abusos espantosos por parte de militares y policías (y sobre ello, no hay lugar a interpretación antojadiza. Ocurrieron. Lamentable y penoso, pero sucedieron).
Se puede criticar a la CVR por su metodología, por su composición o por el uso de algunos términos. No compartimos esas críticas, pero nos parecen legítimamente discutibles y creemos, además, que hacerlo ayuda a perfeccionar el entendimiento del propio trabajo de la CVR. Pero hasta el momento no se había escuchado ni siquiera por parte del más avezado enemigo de la CVR que se tienda un manto de sospecha respecto de la veracidad de los testimonios recogidos.
Quisiéramos creer que el Premier pudo haberse referido al modo en que se presentó el informe final, pero no por menos grave, su observación deja de estar fuera de lugar. Una ceremonia palaciega, con ánimo severo, era lo que correspondía a la puesta en conocimiento a la ciudadanía, de la memoria de una tragedia colectiva nunca antes vivida por el Perú. Y cabe preguntarle, por cierto -si a ello es a lo que se ha referido-, cómo así dicha “teatralización” puede haber afectado la imagen de las Fuerzas Armadas (¿?).
Oscar Valdés parece estar siendo víctima del síndrome narcisista del poder. Se está excediendo en sus atribuciones y está olvidando que sus declaraciones deben responder a lo que son las políticas del Estado y no a sus eventuales pareceres o prejuicios personales.
Su gran mérito ha sido poner orden en el Ejecutivo. Un gabinete ministerial debe tratar de funcionar armónicamente y en consonancia no solo entre sus miembros sino, sobre todo, con el Presidente de la República. El gabinete Lerner distó mucho de ser una sinfonía, pero no creemos que lo mejor para la gobernabilidad sea que el poder ande al ritmo de una banda militar, como parece pretender el premier Valdés. (Editorial Diario 16)
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JAIME ESPEJO ARCE