martes, 15 de diciembre de 2009

Elecciones en Chile


Si la fortuna es un atributo de la derecha, sin duda que Sebastián Piñera es de derecha, una distinción que al dirigente chileno no lo fastidia demasiado porque en Chile la derecha no tiene complejos en reconocerse como tal y, en más de un caso, lo hace con orgullo.

Con 1200 millones de dólares en su haber, Piñera es de los políticos que no pierden el sueño por las cuestiones ideológicas, entre otras cosas porque ha aprendido que para conquistar amplias mayorías no necesita depender de rigideces ideológicas sino todo lo contrario.


En los últimos años se ha configurado una suerte de manual de instrucciones para hacer campañas electorales con dirigentes multimillonarios que llegan a la política desde el mundo empresario. Por lo general los discursos están dirigidos a las mayorías silenciosas, se habla de generalidades al mejor estilo de un spot publicitario televisivo, el candidato se presenta como una persona feliz, rodeado de una familia feliz que en sus ratos de ocio juega al fútbol acompañado de jóvenes atléticos y prolijos.

Piñera es la expresión más efectiva de esa estrategia electoral, más allá de su talento que lo tiene y que quienes lo conocen aseguran que es notable. El caballero está respaldado por dos estructuras políticas de derecha: una se llama Renovación Nacional liderada por Andrés Allamand, un lúcido dirigente de la clásica derecha política, y la UNI de Joaquín Lavín más ligada al pinochetismo.

Desde años esta coalición aspira a que Piñera sea el nuevo presidente de Chile. En el 2004 fueron a la segunda vuelta con Bachelet y perdieron por poco. Hoy suponen que la hora del triunfo ha llegado porque por primera vez desde 1990 la derecha le gana a la Concertación en la primera vuelta y le gana por una diferencia de casi quince puntos, un porcentaje difícil de descontar por más que los dirigentes de la Concertación crean que los votos de Ominami y Arrate se le van a sumar en la segunda vuelta.

Piñera es de derecha, pero sería un error conceptual creer que representa la continuidad del pinochetismo. En 1980 y 1988 Piñera participó con la oposición en contra de Pinochet. Esa participación es su gran credencial democrática, algo empañada por haber sido luego el hombre de confianza de Buchi, el candidato de confianza de Pinochet y, sobre todo, por haber puesto el grito en el cielo por la detención del dictador en Londres.

Piñera no es el pinochetismo porque las condiciones sociales que hicieron posible a esta experiencia autoritaria, han desaparecido. Es que el pinochetismo como versión de una derecha espantada por la posible llegada del comunismo no tiene lugar en Chile, entre otras cosas porque el comunismo tampoco tiene lugar en Chile.

Por su lado, el candidato de la Concertación, Eduardo Frei, puede decir muchas cosas de si mismo menos que es de izquierda. Según observadores chilenos, fue el presidente de la Concertación que llegó a la Casa de la Moneda con más porcentajes de votos, y también el que dejó el poder con sus índices de popularidad más bajos. Su gran capital político ha sido y es el apellido de su padre. En homenaje a la memoria recuerdo que su gran debilidad en esos años se llamaba Carlos Menem, con quien compartía el ideario neoliberal y a quien la brindó la más cálida solidaridad cuando estuvo detenido en Don Torcuato.

En términos personales, Piñera no es ni más ni menos de derecha que Frei. Habría que ser un malabarista de la ideología para encontrar diferencias entre uno y otro. Si hay diferencias, estas no están tanto en la cabeza de estas coaliciones como en los sectores sociales que los respaldan y, sobre todo, en la calidad de la militancia de uno y otro sector.

Como para registrar los cambios entre un tiempo y otro, no olvidemos que la Concertación ganó el poder en 1900 con la consigna “La alegría ha llegado”. Hoy parecería un chiste de dudoso gusto suponer que la expresión retraída y severa de Frei tenga que ver con aquella alegría.

Hace rato que no todas son flores en el interior de la Concertación. El que puede hablar con cierta autoridad moral sobre ese tema es Marco Enríquez Ominami, quien debió participar por afuera de la coalición porque los pesos pesados, es decir los políticos profesionales que manejan la Concertación desde hace más de veinte años, le impidieron cualquier posibilidad de desarrollo político. El muchacho terminó por hartarse, pegó un gran portazo y se lanzó a pelear la presidencia con una estructura partidaria propia. Mal no le fue.

Ominami fue el transgresor de la campaña, pero no es un recién llegado. En primer lugar, luce un linaje político envidiable. Lo del linaje importa destacarlo, porque por las modalidades del sistema político chileno es importante disponer de credenciales genealógicas para hacer política. La joven promesa obtuvo en estas elecciones el veinte por ciento de los votos y ya ha adelantado que en el ballotage no va a apoyar a ninguno de los candidatos en danza. Es lo que le conviene. Quienes lo votaron no lo hicieron porque era de izquierda o de derecha, sino porque prometía ser diferente a los tradicionales dinosaurios de la derecha y la Concertación. El futuro dirá si Ominami expresa un nuevo estilo de hacer política para el siglo XXI. O si lo suyo no fue más que un fenómeno transitorio, un fuego fatuo que apenas alcanzó a desparramar algunos haces de luz durante la campaña electoral.

Por lo pronto, Frei recogió el guante lanzado por su joven rival y prometió practicar un nuevo estilo político. El problema de los políticos en estos tiempos es que los discursos quedan grabados y ahora apretando un botón es fácil recuperar las palabras dichas hace quince o veinte años. Así lo hicieron algunos periodistas chilenos y transcribieron discursos de Frei pronunciados en 1994 cuando decía exactamente lo mismo que está diciendo en el 2009.

Para los analistas sigue siendo un misterio la decisión de la Concertación de apoyar a Frei cuando todas las mediciones de opinión señalaban su bajo nivel de popularidad y su escaso carisma. Recordemos que desde 1900 a la fecha se han sucedido cuatro presidentes de la Concertación y por unanimidad se admite que Frei fue el menos popular y el que menos aceptación política tuvo. En efecto, comparado con Ricardo Lagos o Michelle Bachelet, el hombre no tiene nada que hacer y el apoyo que estos dirigentes le han dado en la campaña no parece haber revertido esta realidad.

El último candidato en estos comicios fue el izquierdista Jorge Arrate, un dirigente personalmente muy prestigiado en el ambiente político pero con pocos votos, como lo confirma el seis por ciento obtenido. El porcentaje no lo deprimió, por el contrario, la noche del escrutinio estaba exultante porque a su criterio la verdadera izquierda chilena está creciendo, despacio, pero con paso firme.

Arrate adelantó que ellos votarán por Eduardo Frei para los comicios previstos el 17 de enero. Frei, ni lerdo ni perezoso desde hace rato le viene guiñando el ojo a la izquierda, una costumbre que los memoriosos aseguran que la aprendió de su padre, quien cada vez que podía establecía alguna alianza con los comunistas, alianzas que nunca terminaron bien (motivo por el cual la derecha siempre lo acusó de ser el Kerenski chileno) pero que en la coyuntura fueron eficaces.

Sebastián Piñera necesita seis puntos para ser presidente de Chile. Objetivamente tiene muchas posibilidades de lograrlo porque se estima que la tercera parte de los votos de Ominami lo van a apoyar. Por el contrario, Frei necesita veinte puntos. El objetivo no es imposible, pero se parece más a una hazaña política que a una performance electoral previsible.

Habrá que esperar qué dicen las urnas el 17 de enero. Para tranquilizar progresistas diría que la posibilidad de que Piñera sea el nuevo presidente de Chile, no hay que verla como una catástrofe. La Concertación gobierna desde hace más de quince años y si los manuales de instrucción cívica no mienten, la alternancia nunca es mala para la democracia, sobre todo cuando el sistema político es fuerte y existe una estrategia de desarrollo económico que goza de un amplio consenso social y político. (Rogelio Alaniz.)

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JAIME ESPEJO ARCE