Aldo Mariátegui vuelve a la carga, publicando a los cuatro vientos su estulticia. Lamenta que mi doctorado sea en la Universidad de Virginia que, dice él, “no pertenece a la Ivy League” estadounidense. No sabe que la Ivy League reúne solo a universidades privadas del noreste y que la Universidad de Virginia es estatal y está al sur; tampoco sabe que está considerada entre las mejores universidades de EEUU. Opina que mi maestría fue en el, según él, “facilito” King’s College de la Universidad de Londres. Ignora que ese college ha producido diez premios Nobel y que fue el lugar donde se descubrió, a comienzos del siglo XX, la estructura del DNA. Además, dice todo eso quien pasó por las aulas de la Universidad Católica desaprobando tantos cursos que estuvo al borde de ser eliminado por mal rendimiento académico. Afirma que tengo “cara de cura de manual”. Así son los “argumentos” de Aldo, aunque uno no lo crea. Dado que no leo su diario, no recordaba esas cosas desde que salí del nido.
Pero todo eso es anecdótico y banal. Lo que sí es digno de ser discutido seriamente es la situación del periodismo nacional. ¿Cómo es posible que alguien pueda publicar tanta necedad impunemente, sin justificaciones ni evidencias, abusando del poder que le da tener un diario a su disposición y desinformando, mintiendo y engañando sistemáticamente a los lectores desavisados? Creo firmemente en la libertad de prensa, pero me pregunto si cada vez que algún periodista mediocre escribe falsedades debe alguien salirle al frente para aclarar las cosas, exponiéndose a que le respondan diciendo que lo que dice es falso porque “tiene cara de cura”.
El periodismo peruano amarillista de hoy es exactamente el mismo que se vendió a la dictadura fujimorista y el que defiende cualquier causa, siempre que haya un fajo de billetes que lo ameriten.
La solución está en manos de los propios periodistas. Si quieren que su profesión se convierta en un lodazal, bien podrían dejar las cosas como están. Pero si consideran que el periodismo tiene una responsabilidad fundamental en la generación de opinión inteligente, cultivada y lúcida, deberían desarrollar mecanismos más precisos y eficientes para poner al descubierto a quienes los desprestigian y hacen que los lectores se acostumbren a leer textos que son atentados directos contra las neuronas. Naturalmente, tales mecanismos no deben ser ni censuradores ni represivos, pero sí deben ayudar al lector a discriminar el grano de la paja. ¿No debería haber, por ejemplo, una institución independiente que mida y jerarquice el grado de confiabilidad de los medios de prensa?
El tejido social de un país está conformado por una visión del mundo, en gran medida compartida. Esa cosmovisión hace posible que las instituciones existan y que no sean únicamente formales. Permite que la democracia sea exitosa y, en última instancia, hace posible la convivencia civilizada. Por ello debe ser cuidada, cultivada y educada. Pero mientras más AldosMariáteguis tengamos, más difícil será la tarea.
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JAIME ESPEJO ARCE