Hay fechas que marcan un hito en la trayectoria política de un país. En el Perú de las últimas décadas, bajo la consideración de su mayor o menor vigencia, pero vigencia al fin y al cabo, son recordables el 3 de octubre de 1968, fecha del golpe militar de Juan Velasco Alvarado, el 28 de julio de 1980, cuando retornamos a la democracia luego de doce años de dictadura, el 5 de abril de 1992 con el autogolpe de Fujimori, y el 22 de noviembre del 2000, cuando luego de que el gobierno fujimorista hiciera implosión, se designa a Valentín Paniagua Presidente del gobierno de transición.
Mañana se cumplen veinte años del autogolpe de Fujimori y si bien las encuestas muestran un rechazo mayoritario a tal hecho, la calificación subjetiva indica que un importante sector considera que fue necesario. No hay, pues, la calificación negativa que uno hubiese esperado luego de transcurridos los años suficientes como para que queden desbaratados los argumentos que entonces se emplearon para justificar el golpe, ninguno de ellos válido.
No se necesitaba el golpe para derrotar al terrorismo. Tampoco para iniciar las reformas económicas que el fujimorismo emprendió. Ambas cosas se pudieron hacer democráticamente. Con más dificultad, sin duda, pero se pudieron hacer. Hay que recordar que con los votos parlamentarios del entonces Fredemo se podía alcanzar los votos para gobernar sin sobresaltos y dicho ofrecimiento le fue hecho saber a Fujimori de distintas formas.
Si el fujimorismo hubiese seguido los cánones constitucionales no solo habría logrado buena parte de los actos positivos que se le conceden sino que, sin duda, habría tenido la fiscalización necesaria para no incurrir en el desmadre corrupto en el que terminó convertido su régimen.
A propósito del reciente intento de inscripción electoral del Movadef surgieron voces cívicas que clamaron justamente por hacer memoria en el país. Las fuerzas democráticas están llamadas a hacer lo propio respecto de lo que significó el 5 de abril del 92. Más allá del hecho estadístico de que, si no hubiese ocurrido tal despropósito, el próximo 28 de julio estaríamos celebrando 32 años ininterrumpidos de democracia, con seguridad el Perú ya estaría a salvo de los remanentes antisistema que cada cinco años siguen reapareciendo en las elecciones.
Y lo más importante sería que desde dentro del propio fujimorismo, de su propia entraña, surjan voces autocríticas en ese sentido. Lamentablemente, mañana, lejos de avergonzarse, seguramente la mayoría de sus miembros celebrará la supuesta gesta.
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JAIME ESPEJO ARCE