Señor Presidente –dijo Triveño-Trivelli–, en la historia del show business ningún hombre ha tenido tanta importancia… Señor Presidente, aunque se haya hecho esperar, ¡Ricardo Vásquez Kunze!
En mi sueño yo era como Marilyn Monroe, pero pesaba cien kilos de puro músculo con la testosterona saliéndome por los oídos, con el cuerpo y la cara de Vin Diesel. Me encontraba en una suerte de Madison Square Garden que pronto descubrí que no estaba en Nueva York sino en Jesús María, un viernes por la noche, 24 de mayo exacto, con todos los hostales llenos de amantes excitados por el afrodisíaco olor de los anticuchos y las salchipapas callejeras.
Mientras tanto alguien me cosía un terno blanco al cuerpo que, dada mi espectacular corpulencia, estaba a punto de reventar. El problema era que entre el terno y yo no había más que un hombre desnudo porque ni camisa tenía apenas una pechera con corbatita michi incluida para guardar las apariencias. No sé si era para darme ánimos por la importancia de la efeméride, pero en mi sueño tenía el aliento a Dom Pérignon que, amigos emergentes, no es ningún capo mafioso. Por la ansiedad, supongo, me atiborraba de unos caramelos servidos en una fuentecita de plata que decían viagra y xanax. La verdad era que mi cabeza estaba en otra parte y ya había olvidado el porqué estaba allí hasta que recordé que era un cumpleaños y que el regalo era yo.
Afuera las masas rugían histéricas. Pregunté por qué. Porque todas son mujeres, me respondió algún machista hijo de puta. ¿Mujeres? Sí, la Asociación de Mujeres del Perú. ¿Del Perú? Sí, del Perú y balnearios, o dónde creías que estabas, ¿en Tiffanys? Cómo, dije yo confundiendo la noche con el día, no hay desayuno con diamantes. Paga ti no, me dijo una bruja con chasca colorada que vociferaba a grito pelado que los diamantes eran la herencia de su madre, doña Ecoteva de Amberes y de la Costa Rica, y que “un panzón maléfico jamás vencerá a mi cholo”.
Esto es demasiado, estoy alucinando, algo me han dado. Entonces apareció un pelado que dijo apellidarse igualito que Bill Gates y que asesoraba a no sé quién de algún Palacio. Mira, flaquito, ya sabemos con quién andas y con quién te acuestas, así que apúrate nomás en salir a hacer tu show o te voy a hacer una oferta que no podrás rehusar. Cuál, dije yo recordando haber visto esa película. Ves este “chupón”, me dijo el pelado con el apellido de Gates. A que no adivinas a dónde te lo vamos a meter si no te apuras. Mis músculos empezaron a convulsionar mientras el terno cosido al cuerpo estaba a punto de estallar.
Así no va a salir nunca, mira cómo lo has asustado, dijo la maestra de ceremonias que era igualita a Ana Jara. Todo va a estar bien, todo va a estar bien, remató para darme ánimos, mientras afuera las mujeres ya no aguantaban más. Había llegado la hora. A Ana Jara la había reemplazado en la animación Carolina Triveño o Gladys Trivelli, qué más dan los nombres de las teloneras. “Señor Presidente –dijo Triveño-Trivelli–, aunque se haya hecho esperar, ¡Ricardo Vásquez Kunze!”.
Y entonces aparecí yo seguido de un haz de luz. Caminaba en puntitas porque el terno reventaba. Con la mano en la frente escudriñaba al público mientras recordé que el cumpleaños era del Presidente. Ahí estaba, pero le había ocurrido una gran transformación. No era un él, era una ella. ¿En qué momento se hizo el cambio de sexo? Anyway. Profesionalismo ante todo y… Ha-ppy-Birth-day-to-you….
Viagra, mujeres y plaf, el terno cosido al cuerpo salió volando dejándome calato. Qué más podía decir sino: ¡Viva la transparencia! ¡Investíguenme todo lo que quieran! ¡Aquí estoy para dar la “cara”! ¡Yo sí que soy un cholo sano y sagrado! Las mujeres deliraban y la presidente aplaudía y yo feliz de haber realizado el sueño de mi vida: Ser striptisero de una torta de cumpleaños.
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JAIME ESPEJO ARCE