A Ruth la mató el rating
ALEXANDRO SACOPeriodista
A Ruth Sayas la mató el rating y los que viven de él; si bien algunos consideran discutible la influencia de la TV en la violencia, lo que falta es evidenciar los alcances de esa correspondencia. Si una mujer participa en un programa exhibiendo su verdad, recibe dinero por eso, esas afirmaciones dejan a su ex novio como un pobre diablo, luego ese mismo ex novio exige parte del pago, secuestra a la mujer y termina matándola, es obvio que las cosas se desencadenaron por lo sucedido en el programa, en este caso El valor de la verdad. Tratar esto sólo como un caso más de feminicidio es hacerle el favor a los que han demostrado que el rating importa más que la vida.
Sostiene Ortiz que la verdad siempre ilumina y con esa afirmación a lo Cipriani pretende cerrar el debate sobre las consecuencias carroñear en la TV. El asunto es el uso que se le puede dar a ciertas verdades y las consecuencias de divulgar cuestiones personales. La verdad personal no es un producto para exhibir en una vidriera (la TV es la vidriera más grande y ubicua del planeta), sino una condición personalísima que puesta en venta hace corresponsable de las consecuencias al comprador de ésta. Es decir, si alguien paga 15 mil para ganar 1 millón y por esas revelaciones la vendedora termina fondeada y cubierta de cemento en un pozo, existe una responsabilidad compartida entre comprador y vendedor.
No nos vengan entonces con el cuento de los atributos de la verdad para obviar lo que la muerte de Ruth nos muestra: la TV peruana no tiene reparo en traficar con la vida misma (ya ni siquiera con el dolor y la miseria humana). Eso lo vemos desde hace 15 años con el tratamiento que se le da también a las demandas sociales, en las que el desenlace en vidas perdidas y malogradas también es responsabilidad de la TV, pero hemos aceptado la treta de la libertad del televidente. Ahora que la correspondencia entre el rating y la muerte es hace explícita, habría que esperar al menos un punto de quiebre; habría, digo, con cierta desesperanza, porque la crítica de la TV y los líderes de opinión en buena medida están entroncados con el negocio de la TV.
Si mañana un canal de TV anuncia que trasmitirá una violación en directo rompería el rating y ¿la violencia contra la mujer explicaría esa violación? No exagero, la semana pasada Vidas extremas de ATV logró que una mujer se “amiste” y reciba nuevamente en su casa al hombre (su esposo) que con un cuchillo le cortó la cara dejándole una cicatriz en el alma y en el rostro; en unos meses quizá tengamos que lamentar la muerte de esa mujer, pero Mariella Patriu y Álamo Pérez Luna seguirán haciendo “periodismo”.
En relación a los que hacen TV, recuerdo que cuando me enteré que el dirigente del sindicato de Agro Industrial Virú había sido despedido por las declaraciones que brindó en TV a Radicales Libres (programa a mi cargo), o que los representantes de los inspectores laborales del MINTRA fueron sancionados por hacer públicas sus demandas en el mismo programa, sentí que a pesar de haber cumplido con lo que me correspondía, en este caso informar, no podía desligarme del asunto: mi participación en ambos casos tuvo que ver con el desenlace, pero desde el periodismo que debe reflejar y criticar la realidad social.
En el caso de Ruth Sayas y El valor de la verdad aparecen otros aspectos: No se trata de un programa periodístico, por lo que no hay compromiso con visibilizar la realidad, prima el ánimo por el rating que se traduce en lucro para el canal y su conductor, es decir dinero y audiencia. En consecuencia no existe otro compromiso que el de lograr que más televisores sintonicen el programa al precio que sea: en este caso el precio fue la vida de una joven. El feminicidio es culminación transversal de toda la violencia ejercida sobre la mujer, por eso mostrarlas corrompibles los sábados por la noche es natural.
La potencia de la televisión es inmensa y genera dinero mientras más burda se ponga, por ello los principales interesados en relativizar esa influencia son los propios canales de TV. Un periodista que acepta someterse a los dictados políticos del propietario del canal muere en vida; pero una cara de la TV que recibe una parte del dinero que ingresa al canal por conducir un programa que sin importar su naturaleza genera enormes ingresos también se ha sometido. Ortiz utiliza toda su capacidad discursiva para justificarse, pero estoy seguro que ya ni él mismo se cree sus argumentos.
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