Escribe: Mirko Lauer
Hubo un tiempo después de la captura de Abimael Guzmán en que el país sintió haber dejado atrás a Sendero Luminoso. Que poco más tarde la campaña por la reelección de Alberto Fujimori todavía ofreciera su desarticulación definitiva para 1995 debe haber producido los primeros respingos de duda sobre el fin de SL.
En 20 años el tema se ha vuelto un entrevero. No solo hay la percepción de varios tipos de senderistas operando, sino además varias descripciones de la amenaza. En una el SL pre-1992 se reconstituye y retoma la lucha por el poder del Estado. En otra un SL aparentemente libre de pulsiones sanguinarias amenaza a la democracia ganando elecciones.
Luego está el SL armado de las zonas cocaleras, que no es visto como un peligro a futuro, sino como parte del problema presente, y ya antiguo, de la erradicación del cultivo ilegal de la coca y del narcotráfico. ¿Hay, entonces, por lo menos tres senderos? ¿O es uno solo utilizando diversos membretes y estrategias para alcanzar el mismo objetivo?
Una forma de responder es reconociendo que todos los que reclaman libertad para Guzmán esencialmente están bajo el mismo paraguas político. Este consistiría en recuperar lo que consideran su principal activo ideológico, y así nivelar el terreno de la lucha contra el Estado, en lo que sería una segunda oportunidad.
Otra forma de responder es que las famosas condiciones objetivas van cambiando las prioridades. Es decir, que los pedidos de libertad para Guzmán no pasan de ser formas de radicalismo instantáneo de dirigentes que, concientes de que el Estado no va a soltarlo, avanzan sus fichas en la política sindical y electoral.
Para decirlo de otra manera, en 10 años los agitadores adscritos a SL no se han diferenciado en nada de todos los demás fabricantes o facilitadores de conflictos sociales. Así como nunca se pensó que llegarían cocaleros al Congreso, ahora hay que meditar sobre la posibilidad de recibir a uno o más allegados a SL en el hemiciclo.
Volviendo al tema inicial, podríamos decir que la captura de 1992 no eliminó a SL de la faz de la Tierra, sino que lo puso en un camino de transformaciones que hoy lo vuelve mucho menos reconocible, y a decir verdad mucho menos peligroso, que entonces. Nada que el pragmático comunismo de cuño oriental no haya experimentado.
Pero algunos efectos siguen allí. La presencia de SL, incluso en la nueva versión sindical-regional, descoloca al resto de la izquierda en la política. Los jugueteos con la imagen de Guzmán son formas de avalar el sectarismo asesino. El estilo ultraizquierdista lleva directamente al gangsterismo político, un callejón de impredecibles salidas.
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JAIME ESPEJO ARCE