lunes, 17 de septiembre de 2012

IN MEMORIAN PILAR COLL


Apuesta. Pilar Coll teje 'La chalina de la esperanza' con Lerner.

Escribe: Ernesto de la Jara

Murió Pilar Coll en la plenitud de su vida. Iba todos los días a trabajar, visitaba el Penal de Mujeres de Chorrillos una vez por semana, asistía a eventos, participaba en el Consejo de Reparaciones, viajaba a España todos los años para visitar a su familia y –entre muchas otras cosas– atendía a un sinnúmero de personas que recurrían a ella buscando ayuda o consejo.

De manera sutil, siempre estaba arreglada (usaba colores llamativos y collares largos) y nunca dejaba de disfrutar con sus amigos de la buena conversación y el buen comer.

Estaba a mitad de camino entre los 80 y los 90 años, pero por su vitalidad podría haber vivido muchos años más y de hecho ella lo hubiese querido así, y hasta tal vez pensó que lo lograría. Pero así es la vida y la muerte.

El mejor homenaje que le podemos hacer es recordándola como verdaderamente era y apoyando sus luchas.

Fue de las que defendieron los derechos humanos de las violaciones cometidas como parte de la estrategia antisubversiva en las peores épocas de violencia. Y lo hizo dando la cara, en voz alta, arriesgando y sin importarle que la acusaran de todo.

Obviamente, su punto de partida era la condena clara e inequívoca del terrorismo. Es por eso que ya estaba preocupada tanto con la participación de muchos jóvenes en el Movadef como con la manera en que desde el Estado se enfrentaría el problema.

Ella y Lanssiers compitieron por quién sacaba a más inocentes de la cárcel. En la misa del día de su entierro, un indultado contó que si no fuera porque Pilar creyó en él, se hubiera pasado el resto de su vida en la cárcel, ya que su ayuda fue decisiva para que se le levantara una injusta condena de cadena perpetua. Recordar a Pilar es, entonces, proteger a los inocentes indultados de las amenazas que hoy nuevamente se levantan contra ellos por razones políticas. Estaba también del lado de la lucha contra la impunidad y por reparaciones dignas para las víctimas.

No solo creía que las condiciones carcelarias debían ser mejoradas para todos, sino que también se oponía –sin importarle el qué dirán– a la eliminación de beneficios penitenciarios en general y que se ponga en cuestión la libertad de quien ya ha cumplido su pena, sin importar quién sea.

No hay que soslayar tampoco que Pilar no pertenecía a la Iglesia Católica de salón y parafernalia dorada. No, ella era de la Iglesia sencilla, de la que pretende estar cerca de la gente, de la progresista, de la hoy perseguida. Y por ello expresaba abiertamente su indignación contra medidas como la adoptada contra Gastón Garatea.

Mujer de gran sensibilidad social y de una austeridad que podría ser calificada hasta de exagerada, aunque se tratara de una opción vinculada a una religiosidad excepcional.

Habitualmente risueña y cariñosa, podía ponerse furiosa y durísima. No tenía ningún inconveniente en hablar mal de quien ella creía que se lo merecía, ni hacía espíritu de cuerpo con nadie. Si alguien cercano incurría en algo incorrecto, inmediatamente se lo decía sin ningún tipo de contemplaciones.

Activa defensora del informe de la CVR, no por fundamentalista sino porque sabía que su desprestigio es la estrategia con la que hoy los fujimoristas y sus aliados pretenden recuperar terreno, sabía además que lo que está en disputa en torno a él no es poca cosa: dos maneras opuestas de entender el pasado, presente y futuro del país, con sus respectivas consecuencias prácticas.

Pilar Coll: coherencia. Una virtud cada vez más escasa y difícil de mantener, en un medio en el que prima –y hasta se valora– la metamorfosis por deshonestidad, oportunismo, conveniencia o miedo.

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JAIME ESPEJO ARCE