Bueno, hoy es el primer día laborable del año para la gran mayoría de peruanos; muchos regresamos luego de haber disfrutado de un largo y agitado fin de semana que comenzó el Jueves 31. Algunos en playas, otros de campamentos o simplemente gozando en casita de la familia descansando, leyendo, viendo la tele y departiendo con los hijos (lo que hoy constituye casi un privilegio en este mundo tan agitado y apurado, no permitido por la vorágine del trabajo).
En mi caso estuve por la ciudad de ICA (ciudad a 300 Km. al sur de Lima), visitándola luego de muchos años, y puedo decir que regreso muy contento de encontrar una ciudad en un franco crecimiento económico. Ello debe ser valorado si se tiene en cuenta que aún está fresco el recuerdo del terrible terremoto que la devastó, acabando con la vida de muchas familias, incluidas viviendas y negocios.
Y es que ICA, parecía ser una ciudad marcada por la desdicha, ya que antes del terrible sismo, había sido arrasada por una inundación que parecía sepultarla no sólo bajo el lodo o fango del río que lleva su nombre, sino sepultada para el desarrollo, excluyéndola de la modernidad que nos brinda el mundo globalizado y que gozamos en la capital.
Hoy puede decirse que ICA es una ciudad que ha visto la luz; que ha demostrado ser más grande que sus calamidades y que su gente es imbatible testaruda y tenaz.
Grandes centros comerciales, agroindustria de primera línea y una inmensa afluencia de turismo que la abarrota y la obliga a brindar servicios de calidad (llámese alojamiento, comida y entretenimiento).
Ello evidentemente repercute en la calidad de vida de los propios iqueños, cuyas fuentes de trabajo se han multiplicado, y tienen más posibilidades de ofrecer a sus familias educación, vivienda y sobre todo buena alimentación.
Claro, no es el paraíso. Aún subsisten muchos problemas y mucho trabajo por hacer. Aún hay sectores donde no llega la prosperidad; donde no llega el desarrollo y donde pareciera que no se quisiera mirar para imaginar que no existen, principalmente en los pequeños distritos rurales, donde el hambre, la insalubridad y el abandono subsisten.
Aún se denuncian malversaciones, peculados, malos manejos y malos funcionarios. Aún.
Pero, creo que tal cómo han logrado salir de tan terribles calamidades, el pueblo iqueño logrará desprenderse y sacudirse definitivamente de tan terribles gobernantes que sólo han usado la desgracia ajena para enriquecerse ellos y los suyos. Sabrán distinguir entre los malhechores y los honestos y entregará (por fin) su vida y destino a ellos mismos. Bien por ellos.
En mi caso estuve por la ciudad de ICA (ciudad a 300 Km. al sur de Lima), visitándola luego de muchos años, y puedo decir que regreso muy contento de encontrar una ciudad en un franco crecimiento económico. Ello debe ser valorado si se tiene en cuenta que aún está fresco el recuerdo del terrible terremoto que la devastó, acabando con la vida de muchas familias, incluidas viviendas y negocios.
Y es que ICA, parecía ser una ciudad marcada por la desdicha, ya que antes del terrible sismo, había sido arrasada por una inundación que parecía sepultarla no sólo bajo el lodo o fango del río que lleva su nombre, sino sepultada para el desarrollo, excluyéndola de la modernidad que nos brinda el mundo globalizado y que gozamos en la capital.
Hoy puede decirse que ICA es una ciudad que ha visto la luz; que ha demostrado ser más grande que sus calamidades y que su gente es imbatible testaruda y tenaz.
Grandes centros comerciales, agroindustria de primera línea y una inmensa afluencia de turismo que la abarrota y la obliga a brindar servicios de calidad (llámese alojamiento, comida y entretenimiento).
Ello evidentemente repercute en la calidad de vida de los propios iqueños, cuyas fuentes de trabajo se han multiplicado, y tienen más posibilidades de ofrecer a sus familias educación, vivienda y sobre todo buena alimentación.
Claro, no es el paraíso. Aún subsisten muchos problemas y mucho trabajo por hacer. Aún hay sectores donde no llega la prosperidad; donde no llega el desarrollo y donde pareciera que no se quisiera mirar para imaginar que no existen, principalmente en los pequeños distritos rurales, donde el hambre, la insalubridad y el abandono subsisten.
Aún se denuncian malversaciones, peculados, malos manejos y malos funcionarios. Aún.
Pero, creo que tal cómo han logrado salir de tan terribles calamidades, el pueblo iqueño logrará desprenderse y sacudirse definitivamente de tan terribles gobernantes que sólo han usado la desgracia ajena para enriquecerse ellos y los suyos. Sabrán distinguir entre los malhechores y los honestos y entregará (por fin) su vida y destino a ellos mismos. Bien por ellos.
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JAIME ESPEJO ARCE