domingo, 24 de enero de 2010

EL BAYLE DEL CHINO....


Escribe: Gustavo Faverón Patriau

Ninguna novela de dictador que yo conozca termina con el tirano entre rejas. Y ningún dictador antes en la historia mundial ha sido juzgado y encontrado culpable, en su propia patria, por crímenes contra los derechos humanos. Esto es, hasta hoy.
La condena a Alberto Fujimori, que todos debemos celebrar, es inédita en la historia real e imprevista incluso en la ficción. No todos festejan, sin embargo, que se haga justicia. Hace sólo un par de días, Jaime Bayly --no se sabe si en serio o en broma, ni si la diferencia todavía existe para él-- sostenía que si bien Fujimori debía ser culpado por sus delitos, debía ser perdonado de inmediato en virtud de las "cosas buenas" que hizo por el Perú.

Supongo que Bayly no cree que la moral y la justicia deba ser una para todos los mortales y otra para Fujimori, de manera que tomo su frase como un principio aplicable a cualquiera: un cierto número de "buenas acciones" compran la impunidad para un cierto número de "malas acciones".

Por supuesto, esa idea es la negación de cualquier forma aceptable de moral. La justicia no es un juego de cartas donde los puntos positivos rediman a los negativos. La limpieza y la inocencia de una persona no se dicide comparando la columna del debe con la del haber. ¿Componer un proceso inflacionario me libera para asesinar, para forzar esterilizaciones, para robar, maltratar, engañar, abusar del poder? ¿Que la policía capture al líder de un grupo terrorista durante mi mandato me licencia a mí para comportarme como cabecilla de una banda similar? Y si fuera así, ¿cuántas buenas acciones me darían carta blanca para el genocidio o para el asesinato en masa? ¿Qué crimen quedaría realmente prohibido? Ninguno. La idea de Bayly (que es reproducción fotográfica del discurso de los pinochetistas) es, en resumen, la justificación del derecho de todos los gobiernos de tiranizar a su pueblo, de someter las leyes a su capricho y los derechos humanos a su espíritu delincuencial; es una licencia para asesinar con la mano derecha siempre que se pueda blandir en la mano izquierda un libro de cuentas en azul o unas cifras macroeconómicas de tendencia positiva. ¿Y Bayly se dice liberal? ¿Qué liberalismo es ese que desecha los derechos de la humanidad con facilidad tan indolente? ¿O es que también la moral será cuestión de oferta y demanda para él, de sumas y restas, una moral sin impetativos categóricos, sin obligaciones, sin principios necesarios? ¿Qué liberal de pacotilla es ese que no cree en los derechos individuales, en los derechos civiles, en la necesidad de un gobierno transparente? Obviamente Bayly no es un liberal.

Es uno más en el rebaño estólido de amantes del mercado que, invadidos por todas y cada una de las taras de la vieja clase alta peruana, esconden su racismo, su indolencia ante lo popular, su sentimiento de superioridad ante el resto del país, tras la endeble máscara que han elegido llamar liberalismo.
La manera en que, dejando caer la careta por un rato, Bayly acaba de pedir la libertad del criminal, recurriendo a argumentos francamente inmorales, nos permite, por lo menos, señalarlo de manera indudable: Bayly es, a lo más, un payaso inimputable con demasiada tribuna para tan poca inteligencia, y es, por lo menos, un residuo de lo peor de nuestro viejo gamonalismo, hoy maquillado de intelectual, que gracias a dios tarde o temprano acabará de desaparecer en el Perú.

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JAIME ESPEJO ARCE