jueves, 28 de enero de 2010

¿Existe un factor Bayly?


Autor: Víctor Andrés Ponce



El alboroto que ha causado la eventual candidatura de Jaime Bayly en los medios es el resultado del descrédito de la clase política, una clase que se ha perpetuado no obstante sus fracasos. En los últimos 30 años, todos los intentos de reformar la política fueron cortados a hachazos o mediante imperceptibles navajazos, como sucedió con el Fredemo, cuyo aliento reformador se perdió por la presencia de la vieja guardia derechista. Desde el primer gobierno de Belaunde hasta hoy, la política viene fracasando en todas sus líneas.

De allí que no sea extraño que los cambios económicos y sociales más profundos del siglo XX en el Perú –para bien o para mal– los hayan desarrollado dos regímenes no democráticos: el velascato y el fujimorato. Hasta en las reformas socializantes o liberalizantes, la democracia poco tuvo que ver. Nuestro actual crecimiento y despegue económico social, que empezó en los 90, parece haberse autonomizado de la esfera política y, cada cierto tiempo, se presenta una figura anunciando la reforma y el destierro de los políticos.

La candidatura de Jaime Bayly entusiasma por su contenido libertario. Lanzar el machetazo a las relaciones medievales entre el Estado peruano y la Iglesia Católica es cosa de valientes en el Perú, pero me temo que los entusiastas partidarios de Bayly están asumiendo las cosas más en serio que el propio periodista y escritor. Bayly está parodiando a la política y a los políticos peruanos, pero no se atreverá. Es demasiado artista, le falta el frío del acero que demanda la política.

La política no es el discurso sino el gesto. Para creerle se necesita el gesto: por ejemplo, que este domingo anuncie la fecha en que deja la televisión y se lanza a construir el espacio liberal que muerda a la arrogancia ideológica del chavismo. El anuncio tiene que hacerlo al margen de las encuestas y, por lo tanto, enfrentará el cumplimiento de su primera promesa política. Bueno, así actúa el político que va a la Presidencia. De lo contrario, es un juego y, en un país con un tercio de pobres, que busca desesperadamente nuevas representaciones, semejante conducta se llama frivolidad.

Si es que hay 'factor Bayly’, el fenómeno ayudará a desnudar y derribar toda la arquitectura deficiente, pero el problema seguirá pendiente: ¿Cómo construir una comunidad pública que exprese nuestro crecimiento económico y, por lo tanto, reforme el Estado y la política? Es evidente que alguien de la nomenclatura política actual ganará las elecciones y continuará los cambios económicos y sociales de los últimos 20 años, alejando de nuestras tierras el proyecto bolivariano. Uno construye con lo que tiene. Si no es así, se desbarranca en la ideología y le abre las puertas a lo imprevisible.

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JAIME ESPEJO ARCE