La última encuesta realizada por Ipsos Apoyo Opinión y Mercado S.A., pasado el temporal de la selva, nos revela muchas cosas preocupantes.
Lo primero que resalta, es que existe a nivel de sociedad, una falta de credibilidad y confianza en el Estado, en sus autoridades, líderes políticos y en general en la institucionalidad del país.
No es casual que la encuesta revele que la aprobación de los peruanos al gobierno sea sólo del 18% contra un 78% de desaprobación; que el Congreso (o los congresistas) de la República tengan una aprobación de 11% contra un 82% que los desaprueba y que el Poder Judicial sólo sea aprobado por el 16% de los encuestados mientras que un 75% lo desapruebe.
Es decir, los tres poderes del Estado (Ejecutivo-Legislativo y Judicial) no cuentan con respaldo y confianza del peruano de a pie; el peruano común y corriente no cree en ellos.
Pero, tampoco cree en los principales líderes políticos, ya que “todos” están desaprobados por la población; así tenemos que Alan García tiene 84% de desaprobación; Mercedes Cabanillas 77%; Yehude Simon 69%; Ollanta Humala 59%; Alejandro Toledo 57%; Lourdes Flores 53%; Keiko Fujimori 52%.
Esta crisis política, que ha sido de las peores desde que asumió la presidencia Alan García, nos ha desnudado totalmente como país; nos ha evidenciado que nuestra democracia aún es tan frágil como un cristal. Y evidentemente, muchos aprovechan ello para apedrearla con la finalidad de quebrarla y hacerla trizas.
Ni los funcionarios del Estado ni los líderes políticos, se encuentran sintonizados con lo que el país realmente quiere; por ello no entendieron el problema de los pueblos amazónicos, no entienden que nuestro país es más que Lima; que es más que abrir las puertas de par en par a los “inversionistas extranjeros”, que es más que decir “…estamos creciendo…”; es mucho más que pedir que “valoremos la inversión…que vengan los dólares a nuestro país, pues ellos traen desarrollo y bienestar”.
El peruano de a pie, quiere cosas más sencillas, como que cuando llegue fin de mes, su empresa le pague completo puntualmente, sin pretextos y excusas; que se considere y valore equitativamente a las personas por el trabajo que hacen; que cuando sus hijos se enfermen pueda llevarlo a un centro de salud y sean atendidos con rapidez y con dignidad; que no sean maltratados por médicos y empleados; que las medicinas estén al alcance de todos; que la justicia sea una realidad y no una mercancía; que puedan tener acceso a la educación de calidad; que pueda tener posibilidad de comprar los útiles y uniformes escolares a todos sus hijos; que tenga día a día la capacidad de alimentar “bien” a su familia; que no se contamine su medio ambiente; que la pensión de jubilación no sea más una propina indigna; que no se abuse del débil; que se respete el pensamiento ajeno y que impere la tolerancia –aun del torpe o equivocado-; que se respete los derechos de la gente; que no se tenga que gritar ni exigir el cumplimiento de derechos; que el Estado garantice el bienestar, la paz y la tranquilidad para vivir sanamente disfrutando de su país.
Lo que ha pasado en nuestro país, debe hacer reflexionar a las autoridades y a los políticos sobre la forma como están encarando la realidad social de un pueblo que exige cosas sencillas como el comer, trabajar con salud y cuidado de su hábitat.
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JAIME ESPEJO ARCE