Por: Rocio Silva Santisteban
Ayer Fernando Tuesta en RPP mostró y demostró lo complejo que es el voto de la revocatoria y las múltiples dificultades de su uso. Aunado a los intereses oscuros de la mafia de los revocadores, como sostiene nuestro colega Ramiro Escobar, “ha creado un miope sentido común que piensa que ganará algo, que cree que los errores de la gestión de Susana Villarán son descomunales, que no sabe ni cuáles son las responsabilidades del municipio. Se trata de un gran operativo de demolición, montado sobre una machacona estrategia de comunicación política, que se ha instalado sobre una pobre cultura cívica...” Precisamente en una de las redes sociales, un hincha de la revocatoria, sostiene estos argumentos para el SI: “aquí la mayoría tenemos negocios y manejamos dineros y eso nos ha dado la madures (sic) necesaria para entender que es imposible llevar cualquier asunto económico de forma 100% limpia, así que comprendemos y entendemos lo que sucedió en la gestión anterior y priorizamos los resultados”.
Este cinismo, lamentablemente, se ha instaurado como nuestra “cultura cívica”. Marco Tulio Gutiérrez ha deslizado la idea de que él es del pueblo y Susana Villarán de la burguesía para justificar un populismo setentero que no vendría al caso, pero precisamente él es un pendejo popular cuyos laureles se encebollan al tratar de esgrimir un solo argumento verdaderamente sólido para llevar a cabo este trámite engorroso y caro para la ciudad de Lima. En realidad, solo tiene 74 mil argumentos deleznables que lo pintan tal cual.
Pero el punto es el de la pendejada. Hace algunos años Juan Carlos Ubilluz escribió “Nuevos súbditos”, un libro que retrataba, desde los imaginarios, la forma cómo nos percibimos los peruanos como ciudadanos. Para Ubilluz nos hemos convertido en un nuevo estilo de súbditos pendientes de la aprobación de los demás. Un súbdito del mercado que es, a su vez, cínico, pues sabe perfectamente que “comprar” no garantiza la felicidad, y sin embargo, actúa como si no lo supiera. Creo que este punto es básico para entender el cinismo peruano, sobre el cual se ha consolidado un sistema de corrupción y se han reafirmado los peores vicios de la globalización. Para Ubilluz, el sujeto criollo ha devenido en “sujeto pendejo”. De aquel sujeto que elude a las normas, con gracia y picardía para proporcionarse alguna ventaja, hemos pasado a un sujeto que, no solo no las cumple si no que en este incumplimiento de la ley violenta al otro.
La fantasía del pendejo se organiza, a su vez, sobre el miedo a ser percibido como un lorna, como un perdedor. El pendejo sería pues, de alguna manera, el exitoso, el popular. Se trata de un sujeto que re-afirma al sistema pendejo por su incapacidad de ponerlo en cuestión, de salir de sus cuadrantes, de erigirse sobre la injusticia de su trama. En este sentido, digamos, parte de la subversión contra este sistema sería la exigencia de justicia como acción no sólo para salir de la lornez, sino para des-localizarse de los límites de la pendejada cínica.
¿Es imposible llevar un asunto económico en el Perú de una manera 100% limpia? No lo sé, pero sí sé que esgrimirlo como argumento es mantenernos en las encrucijadas de la pendejada del cinismo político y del pragmatismo repugnante que muchos limeños y peruanos rechazamos y no por lornas, sino por subversivos contra la continuidad del pendejismo político.
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JAIME ESPEJO ARCE