Por: Antonio Zapata Velasco
El Perú quedó tan golpeado por la derrota en la Guerra del Pacífico que su autoestima se vio seriamente afectada. A continuación, el dominio del capital extranjero sobre la desarticulada economía nacional acentuó los sentimientos de minusvalía. Ya los comerciantes foráneos manejaban el país de acuerdo a sus intereses, pero todo empeoró cuando se instalaron mineros, azucareros y petroleros norteamericanos e ingleses, que desplazaron a los capitalistas nacionales. Se percibía que nada quedaba en el Perú y las riquezas se iban al extranjero.
Esos sentimientos fueron predominantes hace cien años y duraron bastante tiempo; en algunas personas, incluso muy influyentes, se prolongan hasta hoy. En ese complejo nudo emocional peruano, Chile ocupa un lugar muy especial. Es el rival en estado puro; si alguien nos quitó territorio y ultrajó la capital peruana fueron ellos. La Guerra del Pacífico nos hizo grandes enemigos y luego, la amarga disputa por Tacna y Arica, incorporó un juicio muy severo sobre Chile; concibiéndolo como un país que no cumple tratados internacionales, salvo cuando le conviene. Impone su parecer, por la razón o la fuerza.
En el transcurso del siglo XX, esas ideas empezaron a cambiar. En el Perú de los treinta se formaron partidos populares, críticos frente al orden oligárquico, cuya actitud fue menos antichilena que lo habitual. En el caso del APRA, sufrió dos largas persecuciones y parte de su dirigencia fue acogida en Chile como exiliada. Ahí vivieron e hicieron carreras muy exitosas importantes dirigentes apristas, como Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane, entre otros.
Por su parte, desde temprano, los marxistas peruanos desarrollaron un fuerte respeto por la sólida organización política de la izquierda chilena. Años después, las generaciones izquierdistas peruanas de los sesenta y setenta recibieron con enorme alegría el triunfo electoral de Allende y lamentaron su caída y martirio. Para el pensamiento crítico, Chile se hacía más simpático.
Avanzando el tiempo apareció la cuestión económica, el notable aumento del comercio y el crecimiento de las inversiones de capital al otro lado de la frontera. La economía vino junto a las migraciones y la formación de una enorme colonia peruana en Chile, integrada por 200 mil compatriotas. Todos estos factores contribuyeron a un mayor equilibrio y a plantear relaciones entre dos naciones de distinto poderío, pero más parejas que antes, aliviando los sentimientos más difíciles en el Perú.
En ese contexto se presentó la demanda marítima. Ya eran los años 2000 cuando la opinión pública conoció la existencia de un pendiente por soberanía. Después se ha sabido que el tema comenzó con la gestión del embajador Bákula en 1986, cuando el Perú planteó por primera vez abrir negociaciones para trazar una frontera marítima. Pero, solo lo conocían los expertos, el resto nos enteramos hace poco tiempo.
Para aquel entonces, el Perú ya había formado nuevas clases medias y un sector empresarial renovado. Reaparecieron los oligarcas de antaño, pero junto a nuevos actores sociales que han transformado el país. Desde los años ochenta, Matos Mar había adelantado el desborde popular, que finalmente se fue liberando de los sentimientos de víctima.
El crecimiento del país le devolvió confianza y asumió que frente a Chile las cosas están en otro nivel. En términos relativos, ellos están delante en ciertas áreas y nosotros estamos creciendo más rápido. En casa, el ánimo es optimista y vamos a La Haya por una victoria. No será absoluta, nada allí lo es. Pero, ampliaremos nuestro dominio marítimo con respecto al statu quo actual.
Esa victoria en el mar puede ser nuestro Tiwinza, la prenda material que termine tensiones y relaje la relación. Aprendamos cómo el Ecuador –en su propio beneficio– se reconcilió con nosotros después del acuerdo de 1998. Hagamos de La Haya la oportunidad para superar las emociones negativas, estableciendo nuestra igualdad y amistad con Chile.
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JAIME ESPEJO ARCE