Escribe: Mirko Lauer
La naturaleza humana reflejada en los medios está tratando el alegato peruano como si ya fuera una victoria, incluso una victoria absoluta. Los buenos argumentos jurídicos peruanos y el silencio chileno en efecto pintan un panorama esperanzador. Humanamente, podremos pensar que ganamos la fase oral. Puede ser. Pero hay un camino largo de aquí a que se resuelva el diferendo.
Por lo pronto, falta escuchar el turno de Chile ante la Corte de La Haya. Momento incómodo para el público peruano pues escucharemos argumentos enfrentados a los del Perú. Recién entonces el proceso que en este par de días hemos seguido con entusiasmo se revelará como una pugna de resultados imprevisibles. Ojo: no arbitrarios, solo imprevisibles.
Luego de eso vendrá el tiempo de los jueces, que se pueden dar buena parte del 2013 para presentar su sentencia. Los gobiernos quedan libres para seguir opinando sobre el diferendo y sobre los contenidos presentados ante la Corte. Pero esa es una opción riesgosa: los jueces deliberan con la oreja parada, y una declaración gubernamental fuera de foco puede resultar contraproducente.
Pero aun con gobiernos discretos, será inevitable que aquí y allá ciudadanos espontáneos de todos los colores se lancen a la polémica con ánimos diversos. Además del natural deseo de demostrar el error del contrario, se tratará de influir en los jueces, sacar manteca política interna, envolverse en el manto patriótico, adelantarse a desenlaces imaginados.
Desenlaces imaginados: este periodo de polémica entre oficiosos es donde han elegido los profetas de la conspiración para ubicar una supuesta pateada bélica del tablero jurídico por parte de Santiago. El vaticinio suena descabellado, como una especie de coletazo del siglo XIX; pero debemos reconocer que leer sobre complots es más divertido que leer sobre jurisprudencia.
Una versión moderada de lo anterior sostiene que Chile podría aprovechar los meses de deliberación de los jueces para promover sub rosa una fórmula de entendimiento capaz de satisfacer al Perú y a la vez de evitarle una derrota judicial a Chile. ¿Existe una salida como esa fuera de la imaginación? Al menos en estos días, Santiago no parece en vías de reconocer que avanza hacia un revés en la Corte.
La mejor manera de contemplar los meses que vienen es como un periodo de continuado aprendizaje cívico en ambos países. Si una discrepancia como la actual sirve para establecer un suelo más parejo entre Chile y Perú, ambos habremos ganado, más allá de cuántos kilómetros de superficie o listas de derechos marítimos les toquen a cada uno.
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JAIME ESPEJO ARCE