Por: Daniel Parodi Revoredo
No soy, en el medio local, un analista que demanda aumentar el gasto militar y que advierte a la población la eventualidad de una agresión chilena. Por el contrario, siempre he propuesto el emprendimiento de un proceso binacional de reconciliación para cerrar las heridas del pasado y potenciar la integración socioeconómica.
Mi posición, lejos de la ingenuidad, se fija como simple meta la solución de un problema viejo, denso, geopolíticamente anticuado y emocionalmente desgastante. Sin embargo, mi propuesta parte de la premisa de que actualmente no están dadas las condiciones para realizarse y es por ello que la promuevo buscando sumarle adeptos en ambos lados.
La mayor dificultad que hoy afronta el proyecto reconciliador es subjetiva y atañe a la naturaleza del nacionalismo chileno y de su discurso histórico, los que sesgan las decisiones de influyentes sectores de su sociedad. Así pues, desde sus inicios republicanos, Chile se autodefine como una fortaleza sitiada, asechada por el Perú, Bolivia y Argentina, sus hostiles y permanentes enemigos.
La geografía chilena ha jugado un rol determinante en la construcción de este discurso. Chile es un país “atrapado” entre el mar y la cordillera, la que funge como defensa natural ante sus “sitiadores” y a la vez lo aísla de los demás países de la región. De allí se desprende su autodenominado “carácter excepcional”, que lo convierte en el país modélico y civilizador de Sudamérica en oposición a sus vecinos, los andinos Bolivia y Perú.
El reseñado discurso juega un rol fundamental al momento de fijarse la estrategia chilena ante el contencioso de La Haya, porque para Chile la sola idea de perder cualquier cosa ante el Perú resulta inadmisible. Chile se ve a sí mismo como el país exitoso de Sudamérica y como el Estado que, en su desarrollo histórico, ha actuado siempre de acuerdo con los derroteros de la civilización y la razón occidentales. Por eso la demanda peruana parece darle vida al imaginario de la fortaleza virtuosa y pujante, sitiada por enemigos hostiles e incivilizados frente a los cuales cualquier retroceso puede comprometer la propia existencia.
Puerto a tierra, el discurso e imaginario que acabo de resumir son el telón de fondo de la posición chilena en La Haya y explican su negativa disposición hacia un fallo desfavorable. De allí que el alambrado recientemente trazado en la frontera peruano-chilena –que blinda simbólicamente la fortaleza– nos parece solo la punta de un iceberg que mantiene sumergidas muchas otras provocaciones contra el Perú.
Debido a su “carácter excepcional”, a Chile le cuesta comprender que el Tribunal Internacional es el foro al que acuden las naciones para resolver sus diferencias. Si como parece, Chile quiere patear el tablero, lo va a hacer antes del fallo y no después –no cuando el mundo le exija su ejecución– por lo que es menester que Torre Tagle no caiga en la provocación. Llegar a la sentencia en Holanda, la que fuere, será la victoria para el Perú.
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JAIME ESPEJO ARCE