Escribe: César Hildebrandt
Quien habla con la boca llena puede pegarle a una mujer.
Quien escupe en el suelo podría aplaudir a Tongo.
Quien escuche conmovido a Marisol Aguirre terminará diciendo que en las plazas de toros el arte brilla y la muerte ronda.
Lo que quiero decir es que el mal gusto viene en mancha, en kit, en montonera. Es un combo omnívoro, una totalidad hecha de pequeñas sumas.
Y hay un hilo invisible pero fuerte que une las uñas sucias con la asistencia a una charla de Miguel Ángel Cornejo.
Y un encadenamiento que eslabona el carmín excesivo y los labios hinchados de silicona con el “fuistes” y “dijistes” y con las historias grasientas de Televisa.
Cuando hace pocos meses Francis James Allison Oyague se le acercó a Alan García y le dijo “te puedo armar una manifestación de respaldo en dos días” –frase que una cámara captó- muchos recordaron, por afinidad, al Allison Oyague borracho que quería pegarle a la policía y que también fuera captado por una cámara indiscreta.
Quien se emborracha hasta caerse puede ofrecer “portátiles” a pedido, del mismo modo que quien se tiñe el pelo hasta oxidarlo puede hacer del circunloquio una virtud.
Y cuando García, a las pocas horas de haber recibido el ofrecimiento de las multitudes mercenarias, nombró a Allison ministro en una cartera donde se puede robar con suma facilidad, allí fue cuando el mal gusto alcanzó un nuevo esplendor. Fue un mal gusto a dos bandas. El dúo Pimpinela del mal gusto.
Y cuando García tuvo que botarlo porque hubiese sido embarazoso sostener a quien estaba financieramente vinculado con Business Track, entonces el borrador se hizo novela y el apunte obra de arte.
Todo encajaba: el alcalde ebrio que no podía tenerse en pie, el angurriento que quería más campo de acción para sus negocios y aceptaba un ministerio, el señor abogado que cobraba un dinero negro de una empresa oscura.
Pero Allison es ambicioso y no podía quedarse allí. Es un perfeccionista de la cutra, un bolchevique del mal gusto.
Por eso ha hecho lo que acaba de hacer en Miami: sacar 50,000 dólares en efectivo de una de sus cuentas, declarar veinte mil al servicio aduanero de los Estados Unidos y terminar preso en su casa, con grilletes electrónicos y todo, al lado de su señora esposa y acusado de varios cargos federales.
El señor Allison ha dicho que venía a Lima con esos 50,000 dólares y que sólo declaró veinte mil a la hora de las preguntas aduaneras “porque se distrajo y no reparó en que tenía 20,000 en un bolsillo mientras su esposa llevaba otros 10,000 en la cartera”. Eso es lo que su increíblemente estúpido abogado ha esgrimido como argumento.
Lo cierto es que el vuelo de Copa que lo traía a Lima iba a hacer una escala en Panamá y nadie sabe qué habría hecho el señor Allison con ese dinero en alguna cuenta sin nombre y con número en el país que inventó Teodoro Roosevelt.
Nadie porta 50,000 dólares entre la casaca y el bolso de la señora. Nadie omite declarar 30,000 de ellos “por distracción”. Nadie paga 100,000 dólares de fianza para cumplir arresto domiciliario si es que no tiene una cierta fortuna que lo respalde.
Con todo ello el señor Allison ha redondeado su hoja de vida.
Su foto de aspirante a convicto ha salido, con todos los honores, en The Miami Herald. Cinco años de cárcel lo pueden estar esperando por falso testimonio, contrabando de dinero y omisión de declaración.
El juez Bandstra, del condado de Dade, le ha quitado el pasaporte.
Saint-John Perse, seudónimo de Alexis Léger, tenía razón cuando, al salir de una entrevista con Hitler, le dijo al canciller francés Edouard Daladier (en alusión a las majaderías y al boato del líder nazi): “Hoy estoy más convencido que nunca de que el mal gusto conduce al crimen”.
Será por eso que quien canta “Soy el rey”, con mariachis fingidos y falsetes en serio, bien puede cobrarle megacomisiones a las megaobras. Del mismo modo que Pancho Villa podía pedorrearse antes de dispararle a un tren de pasajeros.
Quien escupe en el suelo podría aplaudir a Tongo.
Quien escuche conmovido a Marisol Aguirre terminará diciendo que en las plazas de toros el arte brilla y la muerte ronda.
Lo que quiero decir es que el mal gusto viene en mancha, en kit, en montonera. Es un combo omnívoro, una totalidad hecha de pequeñas sumas.
Y hay un hilo invisible pero fuerte que une las uñas sucias con la asistencia a una charla de Miguel Ángel Cornejo.
Y un encadenamiento que eslabona el carmín excesivo y los labios hinchados de silicona con el “fuistes” y “dijistes” y con las historias grasientas de Televisa.
Cuando hace pocos meses Francis James Allison Oyague se le acercó a Alan García y le dijo “te puedo armar una manifestación de respaldo en dos días” –frase que una cámara captó- muchos recordaron, por afinidad, al Allison Oyague borracho que quería pegarle a la policía y que también fuera captado por una cámara indiscreta.
Quien se emborracha hasta caerse puede ofrecer “portátiles” a pedido, del mismo modo que quien se tiñe el pelo hasta oxidarlo puede hacer del circunloquio una virtud.
Y cuando García, a las pocas horas de haber recibido el ofrecimiento de las multitudes mercenarias, nombró a Allison ministro en una cartera donde se puede robar con suma facilidad, allí fue cuando el mal gusto alcanzó un nuevo esplendor. Fue un mal gusto a dos bandas. El dúo Pimpinela del mal gusto.
Y cuando García tuvo que botarlo porque hubiese sido embarazoso sostener a quien estaba financieramente vinculado con Business Track, entonces el borrador se hizo novela y el apunte obra de arte.
Todo encajaba: el alcalde ebrio que no podía tenerse en pie, el angurriento que quería más campo de acción para sus negocios y aceptaba un ministerio, el señor abogado que cobraba un dinero negro de una empresa oscura.
Pero Allison es ambicioso y no podía quedarse allí. Es un perfeccionista de la cutra, un bolchevique del mal gusto.
Por eso ha hecho lo que acaba de hacer en Miami: sacar 50,000 dólares en efectivo de una de sus cuentas, declarar veinte mil al servicio aduanero de los Estados Unidos y terminar preso en su casa, con grilletes electrónicos y todo, al lado de su señora esposa y acusado de varios cargos federales.
El señor Allison ha dicho que venía a Lima con esos 50,000 dólares y que sólo declaró veinte mil a la hora de las preguntas aduaneras “porque se distrajo y no reparó en que tenía 20,000 en un bolsillo mientras su esposa llevaba otros 10,000 en la cartera”. Eso es lo que su increíblemente estúpido abogado ha esgrimido como argumento.
Lo cierto es que el vuelo de Copa que lo traía a Lima iba a hacer una escala en Panamá y nadie sabe qué habría hecho el señor Allison con ese dinero en alguna cuenta sin nombre y con número en el país que inventó Teodoro Roosevelt.
Nadie porta 50,000 dólares entre la casaca y el bolso de la señora. Nadie omite declarar 30,000 de ellos “por distracción”. Nadie paga 100,000 dólares de fianza para cumplir arresto domiciliario si es que no tiene una cierta fortuna que lo respalde.
Con todo ello el señor Allison ha redondeado su hoja de vida.
Su foto de aspirante a convicto ha salido, con todos los honores, en The Miami Herald. Cinco años de cárcel lo pueden estar esperando por falso testimonio, contrabando de dinero y omisión de declaración.
El juez Bandstra, del condado de Dade, le ha quitado el pasaporte.
Saint-John Perse, seudónimo de Alexis Léger, tenía razón cuando, al salir de una entrevista con Hitler, le dijo al canciller francés Edouard Daladier (en alusión a las majaderías y al boato del líder nazi): “Hoy estoy más convencido que nunca de que el mal gusto conduce al crimen”.
Será por eso que quien canta “Soy el rey”, con mariachis fingidos y falsetes en serio, bien puede cobrarle megacomisiones a las megaobras. Del mismo modo que Pancho Villa podía pedorrearse antes de dispararle a un tren de pasajeros.
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JAIME ESPEJO ARCE