Escribe: Augusto Álvarez Rodrich
En uno de los debates electorales más intensos de los últimos años, Lourdes Flores salió a atacar desde el inicio de la confrontación a partir de la convicción de que, viniendo de atrás, su única alternativa era ir hacia adelante, y marcó el ritmo de la cita frente a una Susana Villarán que solo respondió con la presentación de propuestas.
Comparado con las dos oportunidades anteriores en las que participaron todos los candidatos, sin que se llegue a un real debate sino a monólogos paralelos, esta vez la posibilidad de tener únicamente a las dos punteras permitió una confrontación directa que, sin duda, beneficia al elector interesado en alcanzar un voto informado.
Flores dio la sensación de haber hecho un mucho mejor trabajo para este debate, y de haber revisado en detalle el plan de su rival con el fin de criticarlo con dureza, lo cual realizó permanentemente.
Las ideas que Flores intentó posicionar en la mente del elector fueron que este debe escoger entre la modernidad, el cambio y el progreso que ella sugiere representar, y el atraso y la continuidad que le atribuye a su rival. Eso lo reforzó con cuestionamientos directos tanto a aspectos específicos del plan de Fuerza Social como a asuntos de la trayectoria de Villarán, como una acusación concreta sobre propiedades no declaradas.
Frente a eso, Villarán planteó una defensa que la sustentó en la exposición reiterada de sus propuestas y evitando en todo momento pasar a la confrontación sobre los temas que durante la campaña han mellado la candidatura de Flores, siendo el más importante la relación con César Cataño.
Hubo pullazos, ciertamente, como la mención de Villarán a las piscinas y la campaña millonaria; o como la reiterada alusión de Flores a los dos apellidos de su rival con el fin de presentarla como ‘pituca’ o reforzar su vinculación con Ollanta Humala.
Sin embargo, al margen de lo ocurrido anoche en Villa El Salvador, lo que es claro es que una cosa es ganar un debate y otra, muy diferente, ganar una elección, toda vez que, finalmente, en la decisión del elector promedio pesan varios otros factores como la relación de empatía que se pueda haber constituido con un sector de la ciudadanía a estas alturas de la competencia, cuando ya solo quedan cuatro días efectivos de campaña.
¿Puede cambiar la tendencia electoral registrada hasta el domingo pasado? Es difícil que eso ocurra y que lo logre un debate como el de anoche.
Quedan, en todo caso, solo cuatro días en los que las dos candidatas intentarán rematar sus respectivas campañas con toda la fe puesta en aprovechar cada momento para pelear voto a voto el tramo final de esta ardua e intensa competencia.
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JAIME ESPEJO ARCE