Escribe: Mirko Lauer
Dos versiones sobre la cumbre de urgencia Unasur en Lima. Una es que se trata de apoyar a Nicolás Maduro. Otra es que se trata de informarse directamente sobre la situación en Venezuela, y evaluarla. Quizás no se contradicen. Pero en ambos casos el mensaje de la reunión es que el suelo no está parejo en la ajustada victoria del chavismo.
En efecto, las cosas se están moviendo en Caracas. La autoridad electoral acaba de declarar que atenderá el pedido de recuento de la oposición a la brevedad posible. No es lo que venía diciendo Maduro. Ese recuento es la condición de Washington para reconocer al nuevo gobierno. De modo que hay allí un inteligente retroceso.
José Antonio García Belaunde ha comparado la convocatoria a la cumbre con la que hizo el Grupo Andino en 1979 con Carlos García Bedoya, para ofrecer una salida sudamericana a un sandinismo en apuros. La mejor opción sería canjear discretamente un apoyo a Maduro por un gobierno más democrático, institucional y sin exclusiones.
EE.UU. y la Unión Europea han asumido una posición dura por principio. Pero para Washington está además la fuerte sospecha de que ya hay sectores chavistas discrepantes, y de que una importante manzana de la discordia es el trato que se debe seguir dando, o no, a la intensa presencia cubana. El otro asunto delicado son los grupos paramilitares chavistas.
El Maduro elegido de los primeros días no parece haberse hecho cargo de la nueva situación. Su definición de media ciudadanía venezolana como fascistas, burguesitos, majunches, y otras por el estilo, suena especialmente fuera de lugar en las actuales circunstancias. No es lenguaje para una cumbre de colegas sumamente preocupados.
Si Maduro se aviene a emprender el camino de las concesiones a una institucionalidad democrática efectiva, habrá empezado a desactivar la bomba que zumba bajo sus pies. Aunque la bomba que zumba bajo toda Venezuela es la urgencia de un ajuste estructural que terminará de despertar al país de su ensueño petropopulista.
A la cumbre limeña han acudido desde presidentes que apoyaron abiertamente la candidatura de Maduro hasta presidentes más próximos a la oposición venezolana. Pero hoy todos coinciden en que hay una crisis en Venezuela, y que por tanto el diálogo está a la orden del día. Lo cual probablemente va a exigir una nueva estructura interna del chavismo.
Henrique Capriles tuvo su momento de contagio del clima arrebatado de la campaña, pero supo frenar a tiempo y calmar a sus huestes más exaltadas. Su tarea más complicada va a ser combinar una actitud dialogante con una oposición que tiene que mantenerse dura, si no quiere terminar devorada por el torbellino del sinceramiento económico.
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JAIME ESPEJO ARCE