Escribe: Carla García
Amamos las películas que nos hacen reír. Nos gustan porque nuestra realidad cotidiana tiene un poco de comedia y mucho de drama, porque deshacerse de lo jodida que es la vida y entregarse al goce de esas pequeñas cosas simpáticas que nos pasan es tranca. Por eso nos gusta entrar a una sala oscura a identificarnos con un personaje y darnos cuenta de que nuestro camino lleno de esfuerzo puede, en medio de los múltiples baches, llevarnos al éxito y al esperado final feliz.
No he visto todavía Asu Mare, pero la voy a ver. No necesito hacerlo para saber que es un golazo y para plegarme a la alegría de todos los que trabajaron en ella. Carlos Alcántara es un mega capo que ha conseguido conectar de manera pocas veces vista con el público y los productores son unos maestros que consiguieron llevar al cine a muchos de los que no creían en el cine nacional. Desde aquí, aplausos.
El cine peruano ha vuelto al debate. Hay quienes quieren que el apoyo estatal que busca impulsar la producción se corte. Dicen que el éxito de una película demuestra el camino que hay que seguir y que el peruano quiere su cine comercial. Celebran la inversión estatal en la promoción y difusión de la Marca Perú, pero no celebran que del mismo bolsillo salga el aporte que ayude a generar esa marca.
El cine nacional está llamado como industria a ser una máquina que entretiene, recuerda, documenta, asusta y que enamora. Que hace reír, que hace llorar y que hace pensar. Sólo cuando eso se logre tendremos un cine conjunto que compita en salas con las producciones internacionales. Antes de que llegue el apoyo privado –como en el caso de la infalible Asu Mare– se necesita un apoyo del Estado que afiance la industria. Que sigan equivocados esos que piensan que la cultura se canjea por plata, porque la cultura no tiene un precio comercial. Las industrias culturales son de interés de la población y el Estado. No entenderlo es ceguera intelectual.
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JAIME ESPEJO ARCE