domingo, 11 de diciembre de 2011

Cuando llora mi guitarra

Escribe: Jorge Bruce 
Una de las imágenes trilladas que más se han repetido en los últimos tiempos es aquella de que una cosa es con guitarra y otra con cajón. Al punto que ha dejado de ser una metáfora que alude a cualquier cambio de situación, para referirse exclusivamente a la circunstancia de pasar de candidato a elegido. Más aún, es una analogía que ya tiene nombre propio: Ollanta Humala. Lo que era una referencia a cualquier cambio de perspectiva, por ejemplo pasar de peatón a conductor o de espectador a jugador, parece haberse fijado obsesivamente en las vicisitudes del poder. Lacan, el psicoanalista francés que amaba las representaciones elocuentes y barrocas, hablaba de un punto de capitón: ese broche que sujeta el tapiz de ciertos muebles, aludiendo a un significante que se detiene en un mismo significado, impidiendo su deslizamiento.
Ahora tenemos al guitarrista Humala que otrora entonaba canciones de la nueva trova ante masas entusiasmadas, tocando notas escasas y lacónicas en su cajón, las que desafían la interpretación: ¿declarar el estado de emergencia en cuatro provincias de Cajamarca es un acto autoritario?, ¿es aplicar mano dura?, ¿es restablecer el principio de autoridad?
Diera la impresión de haber obtenido un apoyo mayoritario en sectores de la derecha, lo cual no necesariamente tipifica la decisión. Sería útil preguntar a los principales interesados, a saber los habitantes de la región afectada por la medida, cuál es su reacción. Para la revista The Economist se trataría de un gesto pragmático: “Esos expertos que predijeron que una desaceleración económica obligaría al Sr. Humala a correrse a la izquierda estaban equivocados. El Presidente es un hombre de tan pocos principios como palabras”.
Mi impresión es que, además de las provincias aludidas, es el propio gobierno el que se ha declarado en estado de emergencia. La situación se estaba desbordando a gran velocidad y está claro que no estaban preparados para enfrentar un reto de esa magnitud. De ahí que se observen decisiones tan desacertadas como la de arrestar a Wilfredo Saavedra, quien no pedía tanto. Si esa es la manera en que pensaban desacreditarlo como extremista y cerrado al diálogo, parece que hubo una confusión de correos electrónicos y lo que hicieron fue aplicar la estrategia de imagen de los asesores de Saavedra. Ese desatino revela lo difícil que les está resultando diseñar una política coherente. Menudo dilema, por cierto. El proyecto Conga supone cuantiosos ingresos para el Estado, indispensables para realizar los proyectos sociales prometidos en campaña. Pero no menos vitales son las lagunas y ecosistemas para los cajamarquinos. Ambas riquezas son esenciales para todos nosotros, además.
Lo que está en juego es mucho más que el oro o el agua. Se trata de establecer una nueva relación entre gobernantes y gobernados, para todo este lustro. Mientras los habitantes de una región perciban –con o sin razón– que el régimen, tal como hacía sin rubor el anterior, es un agente de la gran minería, los Saavedra y los Aduviri tienen un futuro promisorio. Lo cual le pone las cosas imposibles a gente como Gregorio Santos, más dialogante pero arrinconado por la situación. De modo que el Presidente va a tener que empuñar de nuevo su guitarra olvidada “del salón en el ángulo oscuro” (Bécquer). No para seducir con serenatas sino para ganarse la confianza que se le está escurriendo entre los dedos como agua del perol.

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JAIME ESPEJO ARCE