Aunque el norteamericano Hiram Bingham se ha llevado la gloria mundial por haber “descubierto” la ciudadela inca de Machu Picchu, todas las evidencias históricas apuntan a que este famoso sitio arqueológico nunca estuvo perdido.
Bingham ganó fama tras realizar tres expediciones (1911, 1912 y 1915) hacia Machu Picchu, que llamó “la ciudad perdida de los Incas”, pero en medio de sus aventuras soslayó los datos históricos que fue encontrando e incluso dejó de mencionar a importantes conocedores de la zona, entre ellos un compatriota suyo.
Este personaje fue Albert Giesecke, un académico norteamericano que con sus 29 años era rector de la Universidad San Antonio Abad del Cuzco y que fue quien le dio las referencias e incluso el nombre de Melchor Arteaga, el campesino que más tarde guiaría a Bingham, un 24 de julio de 1911, hasta las famosas ruinas.
Pero antes de Bingham, que muchos aseguran que inspiró la figura cinematográfica de Indiana Jones, otras personas visitaron el lugar, aunque siempre con la ansiedad de buscar tesoros o mientras realizaban exploraciones mineras o buscaban rutas fluviales hacia la Amazonía.
El más célebre de todos fue el hacendado cuzqueño Agustín Lizárraga, quien llegó a las ruinas e incluso inscribió en el muro de las Tres Ventanas “A. Lizárraga, 14 de julio de 1902″, es decir, nueve años antes que Bingham.
Lizárraga realizó las primeras labores de limpieza en las ruinas acompañado por Justo A. Ochoa, Gabino Sánchez y Enrique Palma, pero murió ahogado en el río Vilcanota en febrero de 1912, sin poder reclamar su descubrimiento.
Pero incluso antes que él, ya existieron mapas del siglo XIX en los que se señalaba el sitio de Machu Picchu y, si se retrocede más en el tiempo, los primeros indicios son de 1565, cuando en los escritos del español Diego Rodríguez de Figueroa aparecía con el nombre de “Pijchu”.
Muchos de estos datos fueron ofrecidos en el 2003 por la historiadora peruana Mariana Mould de Pease, quien publicó el libro “Machu Picchu y el Código de Ética de la Sociedad de Antropología Americana”.
Entre las evidencias históricas, Mould publicó los mapas que prueban que la ciudadela inca había sido conocida en el siglo XIX, y aparentemente saqueada, por el aventurero alemán Augusto Berns.
Esos mapas habían sido hechos públicos como una primicia por el cartógrafo norteamericano Paolo Greer, quien aseguró que Berns era el verdadero descubridor de Machu Picchu, algo que fue rechazado por Mould.
Además, la historiadora reveló que Bingham tuvo entre sus papeles la resolución que autorizó la presencia de Berns en el sitio histórico, y dijo además que el historiador inglés Clemens Markham, que llegó a ser presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, también tenía mapas en los que figuraba Machu Picchu.
El historiador peruano Carlos Carcelén asegura, por su parte, que Berns se instaló en la región de Cuzco y creó una empresa maderera y de explotación minera en la segunda mitad del siglo XIX, desde donde comenzó a saquear las reliquias de Machu Picchu con el conocimiento del Gobierno de aquel entonces.
Mould también adelantó la existencia de otros mapas fechados en 1870 y 1874, respectivamente, y que considera “una prueba irrefutable de que Machu Picchu estaba totalmente integrado en el Perú republicano”.
El mapa de 1870 fue trazado por el estadounidense Harry Singer para promover la inversión minera en la zona, y el de 1874 fue hecho por el ingeniero alemán Herman Gohring por encargo del gobierno peruano y señala claramente a Machu Picchu y a la montaña vecina Huaina Picchu.
Ahora que ha pasado un siglo, y con el pleno reconocimiento mundial, existe consenso en que Bingham no fue el descubridor, pero sí fue la primera persona que supo darse cuenta de la importancia histórica y cultural de la ciudadela que sería considerada una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo. (Por David Blanco Bonilla)
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